Eduardo Charme Barros

De la disidencia comunista al aparato militar

Eduardo Charme Barros provenía de una numerosa familia, vinculada directamente con la aristocracia local. Por el lado paterno, su familia se remontaba al ingeniero francés Augusto Charme, que llegó a Chile a trabajar en las obras de construcción del Teatro Municipal (bajo el gobierno de Manuel Montt)  mientras que su madre era descendiente directa del ex Presidente de la República Manuel Barros Borgoño.

Gustavo, su padre, era un hombre de derechas muy activo en el viejo Partido Liberal. Aficionado a la lectura y gran orador, había sido jefe de campaña de varios políticos liberales, entre ellos de los hermanos Paul y Raúl Aldunate Phillips, diputados por uno de los distritos de Santiago y de Chiloé, respectivamente.

Eduardo Charme Barros.

Pese a esa especial extracción social, la familia de Eduardo vivía en la Población Juan Antonio Ríos, debido a las apreturas económicas que, por períodos, azotaba a los Charme Barros, sobre todo cuando el padre, apasionado por la actividad política de esos años, renunciaba a sus trabajos para irse a trabajar en las campañas de sus amigos.

Ese espacio familiar de derecha liberal, posición que también compartía Eduardo, fue tolerante con la evolución que éste comenzó a manifestar a pocos meses de su ingreso a la Escuela de Ciencias Políticas y Administrativas de la Universidad de Chile. Augusto, su hermano mayor, recuerda su fugaz paso por el grupo Espartaco, y su posterior militancia en las Juventudes Comunistas, organización que abandonó luego de adherir a su “Tendencia Comunista Disidente”.

La mayoría de estos “disidentes” –Sergio “Cochín” Muñoz, Fernando y Patricio Quiroga, Sergio Martínez y el propio Eduardo Charme, entre otros– pronto se integrará a las filas del socialismo. Las razones de su ruptura con el PC, más allá de la aspiración a una mayor democracia interna en ese partido, tuvieron que ver con dos hechos clave de la contingencia: la hostilidad que el PC manifestaba entonces a los movimientos revolucionarios latinoamericanos y su nula condena a la invasión soviética a Checoslovaquia, que culminó con la brutal imagen de los tanques de la “Patria del Socialismo” aplastando los aires renovadores de la Primavera de Praga.

Ya integrados al PS, una parte de aquellos disidentes se incorporaron a trabajar políticamente en el Instituto de Estudios Sociales de América Latina (INESAL), que dirigía Ricardo Lagos Salinas. Charme formó parte del equipo de educación política y extensión del INESAL, que desarrolló escuelas de formación con gente del peso intelectual de Marta Harnecker y Theotonio dos Santos como relatores de algunos de sus cursos.

Patricio Orellana Vargas, docente de la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad de Chile conoció de cerca a Charme. Recuerda que solían cruzarse en los patios y que él, con una sonrisa y la ironía que lo caracterizaba le decía “¡Profesor! ¡Profesor! y yo le respondía ¡Estudie! ¡Estudie!. Ambos sabíamos lo que significaban esas expresiones. Lo que él me decía era ¡No sea tecnócrata! Y lo que yo le contestaba era: ¡No se lo lleve en el casino, asista a clases!”.

Según el mismo profesor, Charme era fino e intelectual, con un particular sentido del humor. Era también muy enamoradizo y de buena “percha” como se decía por entonces. Raúl Díaz, que se relacionó con Charme antes y después del golpe militar, recuerda que siempre andaba muy bien vestido, “tanto, que llegaba a los puntos de impecable chaqueta inglesa, pantalón de tweed y corbata, la verdad es que era muy prolijo y preocupado de su presentación personal. Decía que no le nacía andar de blue jeans, como tampoco le gustaba mucho andar en las peñas”.

Según Díaz, Charme fue profesor en algunos ramos de la Escuela de Ciencias Políticas, y tenía una especial motivación por las actividades académicas, al punto que en marzo de 1971 postuló, sin éxito, al concurso para llenar el cargo vacante de Secretario de Estudios de esa carrera.

Ya titulado, ocupó cargos de responsabilidad en el Gobierno de la UP, en el Ministerio de Economía y el Banco Español, al tiempo que mantenía su vinculación con el trabajo político que se desarrollaba en INESAL.

El 11 de septiembre de 1973, participó en la defensa del Gobierno constitucional, en las poblaciones de la zona sur de Santiago. Inmediatamente después se integró a la tarea de la reconstrucción del Partido Socialista. En esas funciones, fue detenido en enero de 1975, siendo conducido a Villa Grimaldi por agentes de la DINA.

Fue trasladado luego al Campo de Prisioneros Melinka, ubicado a pocos metros de la carretera cerca del pueblo de Puchuncaví, en la provincia de Valparaíso. Al igual que Ritoque,  el Gobierno de Allende lo había construido como “balneario popular” para familias de escasos recursos. Pertenecía a la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) y fue expropiado por los militares y utilizado como campo de concentración hasta 1976.

Eduardo formó parte de la directiva de la organización que se dieron los prisioneros y encabezó la primera huelga de hambre de los detenidos durante el régimen castrense, en protesta contra la “Operación Colombo”, una maniobra de desinformación de la DINA a través de la cual se quiso encubrir la detención de 119 desaparecidos, a través de la circulación de dos publicaciones apócrifas, la revista “Lea” en Argentina y el diario “Novo O’Dia” en Brasil, que sostenían que esos “marxistas” se habían matado entre ellos. Los presos, con esta huelga, denunciaron que habían visto a todas esas personas en las cárceles secretas de la DINA. La solidaridad y espíritu unitario de Charme le valieron el respeto de sus compañeros de prisión.

Entre los participantes en la huelga –que los presos justificaron como “un imperativo de conciencia y solidaridad que no podemos dejar de expresar”- estaba el periodista José Carrasco Tapia, asesinado el 8 de septiembre de 1986, en una acción de represalia por el atentado al ex dictador; Juan Carlos Gómez Iturra, hijo del famoso periodista José Gómez López, muerto en un enfrentamiento en julio de 1979; Carlos René Díaz Cáceres, muerto en lo que se presume fue una explosión provocada por la CNI, en 1982; y el mismo Eduardo Charme.

Gracias a la presión de la solidaridad internacional, Charme fue liberado en septiembre de 1975. Hacia fines de ese año, y a pesar de los consejos de que abandonara el país, continuó su trabajo político, reintegrándose a la orgánica partidaria. Raúl Díaz recuerda haberse reconectado con él en una reunión en la  que también participó Eduardo Gutiérrez, que al igual que Díaz, era parte de la dirección formada tras la debacle de junio y julio del 75. A partir de entonces, Charme fue incorporado a trabajar en el equipo de organización, a cargo de reactivar la impresión del periódico Unidad y Lucha, que se había discontinuado por una serie de problemas de seguridad.

Augusto, su hermano, también le insistió sobre la conveniencia de que abandonara el país. Había logrado un contacto confiable en la Embajada de Suecia, “pero no aceptó nunca la opción del asilo. En su opinión, su obligación estaba en Chile” recuerda hoy Augusto, que colaboró en lo que pudo con su hermano. Establecieron un sistema de “puntos” para verse periódicamente. Fiel a su estilo distinguido, en más de una ocasión los contactos se hicieron en el “Charles”, uno de los bares más elegantes de la época, al final de la calle Isidora Goyenechea.

Hacia mayo del 76, el activo partidario que se nucleaba en torno del nuevo núcleo direccional del PS realizó un pleno, que por razones de seguridad, se hizo por pequeños equipos de trabajo. Uno de esos núcleos de trabajo fue formado, precisamente, por Díaz, Gutiérrez y Charme. La reunión plenaria se hizo en una casa en Cartagena, en donde los dirigentes estuvieron discutiendo durante todo un fin de semana. En ese pleno Charme fue incorporado oficialmente al Comité Central.

El documento de conclusiones de ese pleno incorporó en su redacción varias de las observaciones propuestas por Charme en Cartagena. En el texto se hacía una detallada descripción de la “correlación de fuerzas” internacional y se definía el carácter de la revolución. Valoraba la influencia alcanzada por el movimiento de solidaridad internacional con Chile, que ha “limitado el apoyo que el gobierno de Estados Unidos puede prestar a la Junta”. Sostenía la necesidad de un acuerdo entre la UP, el PDC y el MIR, y validaba la unidad socialista comunista. Para la coyuntura inmediata, privilegiaba los métodos “legales” de lucha sobre los “ilegales”.

En el mismo documento, el equipo que oficiaba como dirección del PS rechaza lo que caracterizaba como la “tercera alternativa” ante la dictadura, liderada por Eduardo Frei Montalva y manifiesta su preocupación porque ve en el PC excesiva valoración de la supuesta “consecuencia democrática” del PDC, “instigadores del entierro” del orden constitucional. Caracteriza en definitiva la alternativa de Frei por su “contenido de clase pro imperialista y remozador del capitalismo” pero, simultáneamente valora su impacto dinamizador de la lucha democrática: “Una cosa es clarificar el contenido de clase y proyecciones de la tercera alternativa y otra distinta es valorar su significación en la lucha de masas actual (…) En este segundo sentido, es indiscutible la influencia que la práctica de esta alternativa tendrá sobre el desarrollo de la lucha de clases. Al generar hechos políticos que reflejan una forma de oposición a la dictadura militar fascista imprimirá una nueva dinámica a las movilizaciones parciales, creará condiciones para la unidad de plataformas mínimas de lucha en la base, condiciones que el movimiento popular debe aprovechar”.

En los intervalos de esa discusión, Charme les contó a sus compañeros sobre su paso por Puchuncaví. Díaz así lo recuerda: “Eduardo nos dijo que había decidido que apenas saliera en libertad se reincorporaría al trabajo político en contra de la dictadura. Pero agregó un detalle que nos causó una onda impresión a Gutiérrez y a mí: dijo que no estaba en condiciones de aguantar otro paso por la tortura, y que por lo mismo, no volvería a caer en manos de la DINA. Agregó que si en algún momento lo paraba la DINA, se llevaría la mano al bolsillo de su chaqueta, simulando que sacaría un arma. Y fue precisamente lo que hizo, así murió Eduardo Charme, y lo disfrazaron como un enfrentamiento con extremistas”.

Unos pocos días después, efectivamente,  Eduardo Charme fue asesinado por la DINA.

Su muerte ocurrió el 14 de septiembre de 1976, cuando iba a reunirse con un dirigente regional del Partido. A las 13:30 horas fue abatido por los agentes de seguridad, en la calle Los Olivos con Avenida La Paz.

Su familia pudo conocer, de primera fuente, los pormenores de su muerte. Una testigo de los hechos, dueña de un pequeño almacén en ese mismo sector, era hermana de un viejo conocido de Francisco, otro de los hermanos Charme. Esta relató que vio corriendo a un hombre “elegantemente vestido, que portaba un maletín, que lanzó a un sitio eriazo. Lo seguían desde dos automóviles, disparándole. Una bala lo alcanzó por la espalda”. La mujer señaló que uno de los esbirros “dio vuelta el cuerpo” –había quedado boca abajo en la calle- “y lo remató con un certero tiro en la frente”. Los asesinos introdujeron a su víctima en el portamaletas de uno de los vehículos en que se movilizaban, en medio del estupor de los transeúntes.

El cadáver apareció un día después en el Instituto Médico Legal. Augusto fue a reconocer el cuerpo de su hermano. Nunca olvidará la impresión que le produjo la escena: “Estaba muy golpeado, tenía un pañuelo blanco amarrado en la frente. Con temor levanté el pañuelo y vi el impacto de bala justo en su frente”. Los hombres de la DINA presentes en el reconocimiento le mostraron un documento que expresaba “que Eduardo había muerto en un enfrentamiento”.

Al momento de su muerte, Eduardo tenía 34 años.

Mi amigo Eduardo Charme

Conocí a Eduardo en una de esas circunstancias poco habituales en general, pero tan corrientes en aquella época, la del imperio de la dictadura y la resistencia al régimen.  Tiempos de clandestinidades obligadas, de torturas, de campos de concentración, de prisioneros de guerra, de ejecuciones y desapariciones

No recuerdo si fue a finales de 1974 o inicios de 1975 cuando me encontré con Eduardo. Yo había llegado al campamento de presos políticos de Puchuncaví, en las cercanías de Ventanas y Quintero, a mediados de septiembre de 1974, luego de haber pasado por varios centros de torturas y campos de concentración.

Desde mi detención, el 17 de Marzo de 1974, había sobrevivido al horror de Londres 38 y posteriormente al de Tejas Verdes, para luego continuar el infierno en una Fiscalía de la FACH, el Estadio Chile, Tres Álamos y Chacabuco, siendo trasladado junto a la mitad de los presos de este campamento a Puchuncaví. La otra mitad fue llevada a Ritoque, una vez que Chacabuco fue cerrado, en septiembre de  1974.

A comienzos de 1975 seguían llegando presos políticos y, en su gran mayoría, provenían del centro de torturas que la DINA mantenía en Villa Grimaldi. Fue en esos momentos cuando conocí a Eduardo. No todos los que estábamos detenidos –especialmente los que llevábamos más tiempo– conocíamos a los que venían llegando, primero por el necesario recambio dirigencial de las estructuras políticas clandestinas, gatillado por la salida al extranjero de muchos dirigentes y después por la caída (muerte o desapariciones) de direcciones y equipos  políticos completos.

Aunque no conocí a Eduardo antes del golpe, nuestra cercanía se produjo muy pronto: en parte porque era de los pocos militantes socialistas llegados a Puchuncaví, y en parte porque se decía que él había trabajado en el “Aparato”. Yo lo había hecho –desde finales de 1971– en las “comunicaciones internas del Partido” y luego del golpe seguí vinculado a las tareas del equipo de comunicaciones clandestinas y del equipo de enlaces. Eduardo algo sabía de lo mío, lo que ya era una razón suficiente para establecer una relación política, siendo del mismo Partido y habiendo soportado lo mismo. Lo que no estaba previsto es que además forjáramos una bella y genuina amistad, al punto que para mí llegó a ser un apoyo de tal envergadura, que literalmente (siempre lo he dicho) me salvó la vida, y ese hecho me marcó hasta estos días. 

Yo había caído detenido con una compañera que luego se transformaría en “delatora”, (Luz Arce). Estando en Chacabuco oí rumores sobre esta persona con la que soportamos las peores torturas. Se decía que se había puesto a colaborar con la DINA, entregando a compañeros en lo que se denominaba “poroteo”. Después haría méritos como analista en ese aparato represor. Este rumor fue confirmado cuando llegamos a Puchuncaví, lo que me produjo un gran terror. Pensaba que en cualquier momento llegaría algún vehículo a buscarme, producto de lo que pudiera decir Luz Arce, ya que en los interrogatorios y torturas a los que fuimos sometidos, habíamos tejido una historia muy difícil de sostener.  

Este terror de ir a Villa Grimaldi, de enfrentarme a los torturadores sin saber si resistiría nuevamente las torturas, me hacen tomar una drástica decisión: si llegaba a suceder que me fueran a buscar, me tiraría corriendo contra las alambradas para inventar una fuga y que la guardia disparará sus ráfagas sobre mí, para no darles en el gusto ni a la Luz, ni a la DINA, y para no tener que soportar lo que ya había soportado.

Esta decisión se la comuniqué a Eduardo, porque ambos éramos socialistas y miembros del Consejo de Ancianos del campamento y porque había una confianza que sólo la lucha clandestina puede explicar. Fueron días y semanas en los que siempre tuve a Eduardo a mis espaldas, sobre todo cuando llegaban vehículos a los traslados de los presos que se iban a otras destinaciones. Incluso cuando a veces iba algún pariente a verme, Eduardo estaba alerta para ver quien llegaba a visitarme. Fueron largos días de conversa, en los que él intentaba alejarme de esos pensamientos, conversándome de lo humano y lo divino, para convencerme de que estaba equivocado, que habían pasado ya muchos meses, que a lo mejor ella (Luz Arce) nada había dicho respecto a mí, que era necesario que viviera para reincorporarme a la lucha si es que llegaba a salir en libertad o a la lucha en el exilio si me expulsaban del país.

Durante ese largo período se produjo la primera huelga de hambre en un campo de concentración. Fue luego de que en “La Segunda” se publicó la información de la muerte de más de un centenar de miristas en Argentina, que ese pasquín tituló en forma atroz: “Se exterminan como ratas”. Por primera vez salía a la luz pública la existencia de los detenidos desaparecidos en Chile, lo que hasta entonces había sido sistemáticamente negado por la dictadura. Los listados que sumaban 119 personas supuestamente ejecutadas en purgas internas eran compañeros y compañeras mayoritariamente del MIR y también socialistas que se encontraban desaparecidos.

La primera reacción fue reunirnos como Consejo de Ancianos, integrado por los prisioneros más antiguos y que representaban cada uno a cinco o seis “cabañas” de cada pabellón de detenidos. La discusión fue breve, no había mucha alternativa: se planteó ir a la huelga de hambre, idea apoyada por los presos del MIR y del PS, restándose los del PC, que sentían que la huelga generaría más represión por parte de la dictadura.

El objetivo principal de nuestra  huelga de hambre –la primera en dictadura y al interior de un campo de concentración– era exigir una respuesta a la Junta Militar, para saber la verdad de lo ocurrido con los 119 compañeros desaparecidos cuyos nombres se habían publicado con fines siniestros en el extranjero.

Semanas después de concluida la huelga, más repuestos físicamente, vino de golpe la represión. Una noche llegaron infantes de marina con tenidas de combate y sus rostros pintados de camuflaje. Indiscriminadamente fueron sacando a los detenidos que, ya despiertos, estaban encerrados en sus “cabañas”. Lo hicieron sin importar si habían participado o no en la huelga. Los sacaban a punta de culatazos, golpes, semidesnudos, los hacían correr mientras los golpeaban, algunos fueron sumergidos en un estanque de agua por varios minutos, luego de un indeterminado tiempo los metían de la misma forma, a punta de patadas, culatazos y golpes de puño a las respectivas “cabañas”.

En la mañana siguiente, junto a Eduardo revisamos y enviamos a  enfermería a los más dañados físicamente. No recuerdo bien si fue esa tarde o la siguiente que hubo visitas de nuestros familiares y se encontraron con la sorpresa de que habíamos sido víctimas una vez más de la represión. Era víspera de la Semana Santa.

Luego vino el segundo acto de represalia, esta vez dirigido selectivamente a los dirigentes de la huelga y a los que participaron en ella. La mistad de los dirigentes y de los activos en la huelga fueron trasladados a otros campos de prisioneros, fundamentalmente a Ritoque. Eduardo y yo seguimos en el mismo lugar. El 16 de septiembre de 1975 llegó una “cuca” a buscar a cuatro compañeros, entre los cuales estaba yo. La despedida que los prisioneros daban a los que salían era el “Himno a la Alegría”, pegados a las alambradas y entonado a todo pulmón. Mí despedida con Eduardo fue muy emotiva, no sabíamos si volveríamos a encontrarnos, fue un abrazo intenso y muy largo, él diciéndome que nos veríamos en el exilio y yo un poco más tranquilo al saber que los otros tres compañeros se iban conmigo a Tres Álamos.

No volví a ver a Eduardo si no es por una casualidad. Seis meses después de mí definitiva liberación, viajaba en un bus Castillo Velasco desde el departamento de mi madre en Avenida Grecia hacia la casa de Sylvia, mi compañera. Creí ver a Eduardo parado en un semáforo frente a la expiscina Mund. Cruzamos nuestras miradas y en apenas un segundo Eduardo estaba sentado a mi lado. Nos fuimos conversando, abrazados, como unos amigos que hacía años que no se veían… Fuimos al departamento de Sylvia, y relajados con mucho café y cigarrillos, conversamos de todo lo que habíamos hecho desde que habíamos salido en “libertad”. Eduardo estaba radiante, con muchas ganas de vivir, de seguir en Chile y continuar la lucha en la clandestinidad.

Estuvimos de acuerdo en muchas cosas, salvo en una. A ambos se nos había dicho que nos sumergiéramos por un tiempo, que era peligroso para la organización retomar la lucha recién salidos de la prisión… Pero conociéndolo como lo conocía, intuí que nada ni nadie lo haría cambiar de actitud, por muchos riesgos que corriera su vida. Eduardo era así, combativo, con una conciencia política muy clara, alegre por la vida, aunque fuera tan dura como lo era en esos momentos. Un hombre feliz también, porque vaya si tenía suerte con las compañeras. Más tarde supe porque andaba tan radiante esa tarde: venía de la casa de una gran compañera, que no nombraré para evitar los celos de nadie que pueda leer estas líneas. Luego, nos despedimos al anochecer, antes de que llegara mi compañera.

Nunca más lo volví a ver. Nunca más. Si hubiera sabido que esa era la última vez que conversábamos, le habría dicho en su cara lo orgulloso que me sentía de él, le habría reconocido sin pudor que para mí era ejemplo a seguir. Tal vez habríamos descorchado una botella y nos hubiésemos emborrachado juntos para despedirnos, tal vez me habría ido con él hacia el fatal desenlace con que terminó su vida.

Meses después me enteré de su muerte. Estando en la casa del chico Jaime Troncoso –Ironside- que a esas alturas ya era miembro de la Dirección Clandestina del PS, en una edición del Unidad y Lucha leí el nombre de Eduardo Charme, en una dedicatoria a su ejemplo de lucha. Jaime me confirmó la muerte de Eduardo. Muchas lágrimas derramé por el amigo, por el compañero asesinado por  la DINA.

Eduardo siempre seguirá vivo entre quienes tuvimos el honor de ser sus amigos, hasta que nos encontremos en la otra vida, si efectivamente hay una. Entonces charlaremos, reiremos y nos fundiremos en el abrazo que no alcanzamos a darnos, y seremos felices de reencontrarnos.

Samuel Houston, militante del PS en La Florida. 

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