Joel Huaiquiñir Benavides

“El Huaico”

Había llegado a Santiago proveniente de la zona de La Araucanía, al igual que muchos otros emigrantes en búsqueda de nuevos horizontes. La familia de Joel Huaiquiñir Benavides se estableció en la Población Nueva Palena de Peñalolén, uno de los numerosos asentamientos precarios constituidos a fines de los años 60 al sur y al oriente de la antigua comuna de Ñuñoa. A partir de las tomas de terrenos producidas en esa zona, se conformaron campamentos y poblaciones que en total reunían unos 50 mil habitantes: Sarita Fajardo, Santiago Bueras, Lo Hermida (tercer y cuarto sector) y la propia Nueva Palena.

Joel Huaiquiñir Benavides.

El Huaico –como era conocido por sus amigos– se convirtió en responsable de una de las tres seccionales que el Regional Cordillera del PS logró articular en Ñuñoa, precisamente la que orientaba el trabajo socialista entre los pobladores de las tomas y campamentos de Peñalolén Alto y Lo Hermida.

A casi un año del triunfo de la Unidad Popular, Joel asistió a la XX Conferencia Nacional de la JS, realizada en Concepción en agosto de 1971. Su capacidad política hizo que los delegados lo eligieron al Comité Central. A partir de entonces se incorporó al trabajo en la Secretaría de Frentes de Masas, específicamente en su Departamento Nacional Sindical. En esa función, le cupo un importante rol en la realización de las Conferencias Nacionales Sindical y Campesina, ambas efectuadas en 1972, que significaron un notable impulso al trabajo de organización sindical juvenil en el campo y la industria nacional.

A fines de ese año se trasladó a trabajar laboral y políticamente  al mineral de El Salvador, desempeñándose como instructor en materias de seguridad. Bernardo Vargas, que a la fecha del golpe era el presidente de la Confederación de Trabajadores del Cobre, indica que su función era impartir charlas para la prevención de accidentes y chequear que todos los trabajadores estuvieran al día con sus implementos de seguridad, desde los cascos hasta los zapatos con punta de fierro.

Vargas subraya el compromiso del Huaico con el cumplimiento del Programa de la Unidad Popular: “Joel participaba activamente en todas las actividades que programábamos para elevar la producción: los trabajos voluntarios dominicales, la limpieza de terrenos con escoria y el reciclaje de materiales de la mina, entre muchas otras”. Además de esas actividades, Joel militaba en el Seccional de El Salvador y colaboraba con el Regional Atacama Norte de la JS. Según Vargas, siempre estaba disponible para asumir las tareas en donde pudiera aportar más, y solía repetir: “Nosotros somos la prehistoria del futuro”.

Después del golpe, Joel regresó con su esposa e hijos a Santiago. Un grupo de sus compañeros de trabajo en El Salvador cayó en manos de los militares. Uno de ellos, el ingeniero Ricardo García Posada, era gerente general de COBRESAL y militante del PC.  El 12 de septiembre se había presentado en forma voluntaria a las autoridades de Potrerillos, dos días más tarde fue conducido al presidio de Copiapó y desde allí al Regimiento de esa localidad.

Benito Tapia Tapia era un cercano compañero a Joel, en su calidad de miembro del Comité Central de la JS. Era empleado de COBRESAL y dirigente nacional de la Confederación de Trabajadores.  Fue detenido el 17 de septiembre de 1973, conducido al penal de Copiapó y desde allí al cuartel militar. Otro amigo de Huaiquiñir, Maguindo Castillo Andrade, también socialista y trabajador de la empresa, había sido arrestado el 15 de septiembre en su domicilio, paseado por las calles céntricas de El Salvador y acusado de cabecilla del “Plan Zeta”.  Luego fue trasladado a la Comisaría de Copiapó. 

El 18 de octubre, las esposas de los prisioneros recibieron una comunicación del Secretario del Consejo de Guerra, que no contenía ni su nombre ni su firma. Se les comunicaba que habían sido ejecutados ese mismo día a las 04:00 horas, en virtud del Consejo de Guerra Nº 3, cuya sentencia, decía la nota, “fue aprobada por la Honorable Junta de Gobierno”.  El documento no hacía más referencia al proceso o la sentencia, ni indicaba los cargos. Se agregaba que los restos serían inhumados en el Cementerio local a las 19:00 horas, permitiéndose la presencia de sólo cinco personas. Los restos fueron sepultados por personal militar en el cementerio local. Era otra de las batallas contra el marxismo protagonizadas por el general Sergio Arellano Stark y su “caravana de la muerte”. Hasta hoy forman parte de las listas de detenidos desaparecidos.

Instalado ya en Santiago, El Huaico se incorporó al trabajo del Partido Socialista en la clandestinidad.

Fue detenido en Ñuñoa la mañana del 27 de julio de 1974 en el domicilio de su amigo Guillermo Naveas. La captura fue realizada por agentes de la DINA que dijeron pertenecer al Servicio de Inteligencia Militar.

El 31 de julio, fue llevado por los captores a su domicilio en la población Nueva Palena. No le permitieron bajarse del vehículo en que lo conducían. Llamaron a sus hijos, de cinco y cuatro años, para que lo saludaran. El Huaico iba sentado entre dos personas, esposado y se veía barbón. Cuatro días después, los mismos civiles fueron otra vez a su casa, a buscar una frazada y una muda de ropa.

Ninguna noticia suya hubo hasta el 9 de agosto, cuando apareció publicado en varios medios de prensa el hallazgo de un arsenal en los faldeos del cerro “Indio Muerto”, a 10 kilómetros al interior de El Salvador, “descubierto por personal del Servicio de Inteligencia Militar”. Se dijo también que este material estaba en poder de Joel. Finalmente, se afirmó que el detenido –que había sido encargado por la policía acusado de ocultamiento de armas y robo de material explosivo– habría confesado la existencia de estas armas, las que serían usadas para “volar cuarteles, comisarías e instalaciones militares”. Y se entregaron antecedentes personales: su responsabilidad partidaria, su actividad sindical anterior al golpe y un supuesto viaje a Moscú donde –según los agentes del SIM– habría recibido instrucción militar. En realidad, el viaje a Moscú lo hizo en el marco de una visita protocolar de la Juventud Socialista a la URSS, delegación que fue encabezada por Carlos Lorca. Según las noticias de la época, otros militantes socialistas habrían estado involucrados en el hallazgo, pero no mencionaron sus nombres “para no entorpecer las diligencias que se llevaban a cabo” en torno al caso.

Según se pudo establecer con posterioridad, luego de ser detenido en la casa de su amigo, Joel fue conducido al recinto secreto de la DINA ubicado en la calle Londres 38, donde lo vieron varios prisioneros que después salieron en libertad: entre ellos, Erika Hennings, Cristián Van Yurick y Mario Aguilera. Todos ellos, junto al Huaico, fueron trasladados el 19 de agosto al Campamento de Cuatro Álamos de la DINA, en las cercanías de avenida Departamental. Allí se mantenía a los presos incomunicados del exterior, pero sin ser interrogados. Compartió camarote con Cristián Van Yurick.

Aguilera y Van Yurick coinciden en señalar que el afectado fue sacado de Cuatro Álamos y llevado al norte del país, por el hallazgo de armas. Según Aguilera, Huaiquiñir temía que esto se vinculara con su anterior trabajo en El Salvador.

Casi inmediatamente después, fue sacado de Cuatro Álamos y se le ordenó que tomara todas sus cosas. Aguilera le consultó a un guardia qué pasaba con Joel y éste le contesto que lo habían llevado “al sur”. Hoy se sabe, por declaraciones del ex agente de la DINA Samuel Fuenzalida Devia, que en este organismo se utilizaban los términos “al sur” y “Puerto Montt” para indicar que iban a matar un detenido “por tierra”, mientras que “La Moneda” designaba el mismo destino “por mar”, adonde los lanzaban desde aviones o helicópteros.

Su compañero y amigo, Enrique Norambuena Aguilar, detenido el 8 de junio de 1974 y que el 11 de julio de ese mismo año se encontraba en Cuatro Álamos, dio el siguiente testimonio ya en el exilio, que fue distribuido por el Comité Chileno de Solidaridad de La Habana:

A fines de agosto de 1974, encontrándome en Cuatro Álamos, celda Nº 8, fui sacado de mi celda y trasladado a la Nº 13  junto a otros detenidos. En esa ocasión pude conversar con Joel Huaiquiñir… intercambiamos opiniones sobre lo incierto de nuestra situación. Luego nos separaron y ya no pudimos contactarnos más. En la celda Nº 13 estaban otros compañeros que hablaron con Joel, entre ellos Manuel Carpintero (…) Poco después del hecho que he relatado, oímos que sacaban a unos compañeros de sus celdas, y después de escuchar que los llamaban por sus nombres, como es lo usual en esos casos, miramos por la cerradura de la puerta para verificar quiénes eran. Pude ver perfectamente a Joel. Desde esa fecha nada se ha sabido de él. Nadie ha podido averiguar qué suerte corrió.

Si bien las autoridades reconocieron la detención de Joel Huaiquiñir, también informaron que había sido puesto en libertad el 14 de septiembre de 1974. Sin embargo, se encuentra desaparecido desde que fue sacado de Cuatro Álamos, a fines de agosto o comienzos de septiembre de 1974.

El 2 de agosto de 1974 su cónyuge interpuso un recurso de amparo ante la Corte de Apelaciones de Santiago, Rol N° 844–74. El 12 de agosto, los magistrados oficiaron a los Ministerios de Interior y Defensa, y reiterados el 3 de septiembre, porque aún no se respondían. Dos días después el ministro del Interior, César Raúl Benavides, informó que Huaiquiñir se encontraba detenido por orden de la secretaría de Estado, en virtud de un Decreto Exento, sin mencionar el lugar de su reclusión. El 9 de septiembre de 1974 se rechazó el recurso interpuesto, pero la resolución fue apelada y la Segunda Sala de la Corte Suprema ordenó oficiar al Ministro del Interior, para que ampliara la información entregada y diera cuenta de la fecha y lugar de detención de la víctima. Este oficio fue reiterado en dos oportunidades y recién el 22 de octubre el ministro Benavides contestó que Huaiquiñir había sido liberado en virtud de otro Decreto Exento del Ministerio. Nuevamente no entregó fecha, ni de la libertad ni del Decreto, e hizo caso omiso a la consulta sobre fecha y lugar de detención. El 23 de octubre de 1974, la Corte confirmó la resolución apelada.

El 23 de diciembre de 1974, se presentó una denuncia por presunta desgracia ante el 8º Juzgado del Crimen de Santiago, que inició la Causa Rol N° 11.602–2. El 15 de marzo del año siguiente, el Secretario Ejecutivo del Servicio Nacional de Detenidos (SENDET), el coronel Jorge Espinoza Ulloa, informó que había sido detenido en virtud del Decreto Exento Nº 285 del Ministerio del Interior, del 9 de agosto de 1974 y que se había dispuesto su libertad mediante otro Decreto Exento (Nº414) el 16 de septiembre del mismo año.

El periodista Mario Aguilera Salazar, por entonces alumno de la Universidad de Chile fue detenido por la DINA en la noche del 12 de agosto de 1974, en plena Avenida Grecia. Su captura se produjo por una delación de Luz Arce, en medio de un “poroteo” (operación que consistía en sacar a la calle a un detenido para que éste reconociera a otros militantes en las calles), supervisado por los agentes Osvaldo Romo y Basclay Zapata.

Al momento de ser reducido por los agentes –que simularon ser funcionarios de Investigaciones–, la ex militante se acercó a Mario y en voz baja le pidió perdón por lo que estaba haciendo, señalándole que aún estaba detenida.

Me ingresaron a una camioneta de color rojo con toldo. Me pasearon en el vehículo por algunas calles del sector Lo Hermida, supongo que en las inmediaciones del domicilio de Romo. Yo me encontraba vendado y me acompañaba en la parte posterior de la camioneta un tercer individuo, a quien nunca he podido identificar, el cual me dio los primeros golpes al consultarle si nuestro destino sería la calle Londres, sitio ya conocido como lugar de detención de la DINA.

Efectivamente fue el lugar al que fui llevado. Allí, una vez identificado, me subieron a una pieza del segundo piso y me amarraron desnudo a una camilla metálica. Además golpearme me realizaron una sesión de apremios con corriente eléctrica con la ayuda de un magneto. En esa ocasión no hubo preguntas sobre mi condición de detenido, solo se trataba de amedrentarme para los futuros interrogatorios.

Cerca de las 22:00 horas, me bajaron a una pieza grande en la que estaban alrededor de 50 detenidos y se me asignó el número 45. Allí logré conversar en voz baja con otros presos que se encontraban en la última fila de sillas. Recién en la mañana siguiente y mirando por bajo la venda logré reconocer, entre otros detenidos, al militante socialista Joel Huaiquiñir a quien conocía como Huaico. Hasta el momento en que lo conocí, en la comuna de Ñuñoa, se desempeñaba como encargado de organizaciones de masas en la estructura partidaria.

Yo ya sabía de su detención. En la edición del diario El Mercurio del domingo anterior a mi detención, había leído que había sido detenido acusado de poseer explosivos y se le relacionaba con la minería El Salvador. No entregaron mayores antecedentes.

Entre salidas al baño e interrogatorios logré sentarme a su lado. Entre otros conocidos estaba Alejandro Parada, a quien ubicaba como uno de los militantes socialistas de la Brigada Universitaria.

A Huaico lo conocía mejor, tanto así que en alguna ocasión estuvo en mi casa tomando once. Era la única persona de mi absoluta confianza con la que me relacionaba en las nuevas condiciones de detención. Esto, al mismo tiempo, hacía que tuviésemos el mayor cuidado de no despertar sospechas de la ligazón que existía entre ambos.

Pasaron los días y se nos mantuvo juntos en Londres 38 hasta el 19 de agosto del mismo año, fecha en que se produjo el traslado de todos los detenidos a otras dependencias de la DINA.

Durante el fin de semana entre el 12 y el 19 de agosto, se produjo una situación de relajo provocada por los propios guardias encargados de nuestra custodia, los cuales dieron la posibilidad de escuchar música. Hicieron bailar a algunos detenidos. Fue una realidad kafkiana: vendados, golpeados y vejados, algunos aún teníamos ánimo para prestarnos para esta situación.

El Huaico contó chistes, también yo, y eso derivó en un par de horas de descanso para la mente y el cuerpo de aquel medio centenar de detenidos, que fuimos torturados cada día por los equipos que se habían encargado de nuestras detenciones. En mis testimonios en distintos tribunales he dado a conocer los nombres de otros detenidos que estaban en Londres, José Domingo Cañas o Cuatro Álamos, y que hoy están desaparecidos.

Para el traslado desde Londres, mi destino fue José Domingo Cañas y perdí el rastro de varios de los otros detenidos, entre ellos de Huaiquiñir. Con el correr de los días, los que para quienes estábamos vendados eran siempre noches, perdí la noción de las fechas, pero en algún momento a fines de agosto llegué a Cuatro Álamos, una suerte de paraíso respecto de las condiciones de detención en que permanecimos. Si bien estábamos aún a merced de los agentes de la DINA para cualquier interrogatorio o salida a otro lugar de Santiago o regiones, y en muchos casos para nuevas sesiones de tortura, allí había camarotes, comida tres veces al día, ducha matinal y ya no teníamos los ojos vendados. Realmente un paraíso, del que habíamos escuchado en los cuchicheos con otros presos.

Nuevamente me encontré con el Huaico, pudimos hablar un poco más, pero sin contar cómo ni en qué condiciones habíamos sido detenidos. Todos sabíamos que el riesgo de comentar algo podía servir en nuevas torturas y la desconfianza era la regla. Nadie podía asegurar hasta cuál punto se podía resistir, la norma era no hablar nada, pese al pasado común que podíamos tener entre algunos de los detenidos. Estábamos en la sala más grande de Cuatro Álamos. Había naipes hechos de cartones de envases de detergente; juegos de ajedrez fabricados con migas de pan, con las negras combinadas con ceniza de cigarrillos para diferenciarlas de las blancas; cigarrillos que llegaban bajo una puerta que nos dividía del pabellón de Tres Álamos, que era el nuevo paraíso, pues en ese lugar accedíamos al reconocimiento oficial como prisioneros, había visitas, llegaban paquetes de los familiares y era casi imposible desaparecer o ser nuevamente torturados. Este era nuestro nuevo objetivo, el paraíso del pabellón contiguo, todas esas garantías. Pedíamos tan poco, ni siquiera la libertad, sólo llegar a ese pabellón.

Con Joel y otros compañeros detenidos nos preocupábamos de pasar bajo la puerta el listado de quienes nos encontrábamos detenidos en Cuatro Álamos y los nombres de los que estaban en otras celdas o piezas chicas de ese pabellón.

En algún momento, un grupo de agentes llegó a buscar al Huaico. Generalmente cuando nos sacaban volvíamos en malas condiciones, pero el mismo día. En una de esas salidas Huaiquiñir no volvió. Al día siguiente le pregunté a uno de nuestros custodios que había pasado con Joel y muy seguro de su respuesta me dijo que lo habían trasladado al sur, de donde era oriundo. La explicación tenía lógica y no seguí insistiendo. Esto debe haber ocurrido los primeros días de septiembre.

Cerca de las Fiestas Patrias pasé a Tres Álamos y meses después supe que Huaico estaba también desaparecido. Nunca más formó parte de las veladas en la pieza grande donde se contaban chistes ni tampoco volvió a integrar el coro del profesor, Arturo Barría, que ahora también está entre los desaparecidos.

A pesar de los golpes, de la tortura, de lo mal que lo pasaba pensando en su mujer y sus hijos, que eran parte de nuestras triviales conversaciones sin tocar temas partidarias, el Huaico mantuvo el ánimo e incluso el valor para ayudar a otros prisioneros a mantener la esperanza que en algún momento recuperaron la libertad. El no lo logró, hoy es un desaparecido, pero su recuerdo nos hace mantener la esperanza de un mundo mejor.

Mario Aguilera estuvo once meses detenido, más de 40 días desaparecido y fue expulsado a Francia en julio de 1975.

Al momento de su detención, Joel tenía 28 años de edad.

 

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