Juanito Hernández, “El Mono”
Juan Hernández Zaspe nació en Santiago el 19 de abril de 1952. Hijo de Juan y Teresa, era el segundo de doce hermanos. Sus estudios básicos los realizó en el Colegio Parroquial El Buen Pastor y en la Escuela Industrial Vicente Valdés, en La Florida, para luego cursar su enseñanza media en la Escuela Industrial N° 3, de Recoleta, en la que cursa la especialidad de Tornero Mecánico.
Es en esta última en donde comienza a aflorar su vocación social y sus primeras inquietudes políticas. En el peculiar e intenso contexto de fines de los años 60, el espíritu rebelde y crítico de las revueltas estudiantiles de mayo del 68 lo identifica plenamente, lo que lo lleva a formar parte de las multitudinarias protestas juveniles contra la guerra de Vietnam y la intromisión del imperialismo norteamericano en América Latina, como también en contra de algunas iniciativas llevadas a cabo por el gobierno de Frei Montalva, entre ellas el Servicio Militar Estudiantil.
En esa época, se involucra activamente en el Centro de Alumnos de su escuela, una decisión que asume a la par de su ya total convicción con las ideas de la izquierda, sector en el que creía podría canalizar su vocación de lucha por los derechos de los jóvenes, de las mujeres y de los trabajadores, y en el que creía podría cambiar las estructuras sociales del país para hacerlo más justo y solidario.
En el Centro de Alumnos de su escuela pronto pasa a ser un dirigente destacado, al punto que pronto forma parte de la Federación de Estudiantes Industriales y Técnicos de Chile, FEITECH, a la par que ingresa –en 1969- a la Juventud Socialista, en plena campaña presidencial de Salvador Allende, abanderado de las fuerzas de izquierda agrupadas en la Unidad Popular.
Máximo dirigente de los estudiantes técnicos e industriales
Hacia 1970, Juan es ya un gran dirigente estudiantil, reconocido por sus compañeros, amigos y profesores, un liderazgo que lo motiva a postularse, un año más tarde, como candidato a dirigente nacional de la FEITECH, en donde es elegido –por voto universal- como flamante presidente nacional de esa organización estudiantil.
A la cabeza del organismo, Juan desarrolla una incesante actividad, organizando encuentros, seminarios y congresos orientados al fortalecimiento del trabajo asociativo de los liceanos técnicos e industriales de Chile, un impulso que se verá coronado con la masiva participación de estos en las jornadas de trabajos voluntarios que el Gobierno Popular promovía a través de la Oficina Nacional del Servicio Voluntario (ONSEV).
En 1971, junto a 300 estudiantes de la FEITECH, parte a las ciudades de Osorno, Puerto Varas y Puerto Montt, para trabajar en la reparación de viviendas y escuelas de los sectores populares de esas ciudades. En las localidades rurales de las mismas, los jóvenes se dieron a la tarea de llevar programas de alfabetización para jóvenes y adultos del mundo campesino.
En el verano de 1972, a cargo de un numeroso contingente de estudiantes de su organización, participa en los legendarios Trabajos Voluntarios de Cabildo –que la prensa reaccionaria bautizó como el Woodstock revolucionario-, en donde junto a liceanos de la FESES y a obreros de la CUT Juvenil, trabaja en la construcción de un dren –o represa subterránea-, para facilitar la incorporación de mil nuevas hectáreas a la producción agrícola de ese sector.
Infatigable, a comienzos de 1973 nuevamente se pone a la cabeza de los voluntarios de la FEITECH, trasladándose con cerca de 300 estudiantes a las localidades rurales de Coquimbo y La Serena, que colaboran con los pequeños campesinos en las tareas de la cosecha de la papaya.
Integrado totalmente a la JS, Juan es invitado en el año 72 a formar parte de la delegación chilena al Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, efectuado en la ex RDA, al que concurre junto a artistas como el cantante Marcelo y la actriz Peggy Cordero, y a dirigentes estudiantiles como Camilo Escalona, presidente del sector pro UP de la FESES.
En ese masivo evento internacional, Juan llevó la voz de los miles de jóvenes que estaban participando en el proceso revolucionario que se vivía en Chile, y que para muchos países constituía un ejemplo a imitar. En mayo de 1973, Juan es integrado al Comité Central de la JS, luego de una moción presentada por Carlos Lorca, que buscaba incorporar a ese órgano a la mayoría de los dirigentes sociales con los que en ese minuto contaba la JS.
En la clandestinidad
Luego del golpe, Juan se dedicó a trabajar en el taller de cerrajería y estructuras metálicas que tenía junto a su padre y a sus hermanos, al tiempo que se integraba a las tareas de la rearticulación clandestina y silenciosa del Partido. Sin embargo, ya a fines del 73 se empezaba a sentir la persecución contra los miembros del PS, especialmente de aquellos con vínculos con la dirigencia y con las bases dispersas de la organización.
Ese acecho pronto llegó hasta el domicilio de Juan. Según Teresa de Jesús Zazpe, su madre, el hogar de la familia fue allanado en varias ocasiones después del golpe, lo que motivó a su hijo a trasladarse –en septiembre del 75- hasta Argentina. Su decisión se reforzó cuando la DINA desarticuló varias estructuras socialistas vinculadas a la dirección del partido en Chile, con algunas de las cuales se relacionaba Juan.
Instalado en Mendoza, pronto se reunió con otros dos amigos suyos, también militantes del Partido: Manuel Tamayo y Luis Muñoz, que también sentían muy cerca el acecho de la DINA.
En diciembre del 75, Juan regresó a Chile por unos días y volvió a la ciudad trasandina el 7 de enero de 1976. Días después, pidió asilo político en Argentina, a través de la Oficina Coordinadora de Acción Social de Buenos Aires.
En Mendoza vivió en un hogar bajo protección del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), al tiempo que conseguía trabajo en la empresa Modernflood, a la que también se integraron Manuel Tamayo y Luis Muñoz.
En Santiago, en tanto, su casa paterna era allanada nuevamente por agentes de la DINA, que llegaron a expresar, textualmente, que buscaban a Juan por ser “un elemento peligroso”, ya que “trabajaba contra el gobierno desde Argentina”.
Dado el panorama que le esperaba en Chile, su familia le pidió que no viajara al país, como lo tenía pensado hacer –para asistir al aniversario de matrimonio de sus padres- en marzo de 1976, un deseo que abrigaba dado el delicado estado de salud de su padre.
Persuadido de la inconveniencia de volver a Chile, Juan envió algunas cartas y notas a su familia, en donde les comentaba que era vigilado y seguido por civiles desconocidos. Probablemente ignoraba que esos civiles eran parte de un complejo y todopoderoso engranaje represivo, una maquinaria de terrorismo de Estado constituida el año anterior en Santiago de Chile, que buscaba la cooperación de los servicios de inteligencia de todo el Cono Sur para una eficaz represión en contra de los opositores a las respectivas dictaduras que asolaban por entonces la región.
Bajo el acecho del cóndor
Esa organización, bautizada como “Sistema Cóndor”, se había formado en una reunión efectuada en noviembre de 1975 en la Academia de Guerra del Ejército de Chile, con la participación de los responsables de la represión de Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Chile. La cita fue presidida por Manuel Contreras, en su calidad de representante del país anfitrión. Los servicios de inteligencia de Brasil participaron del encuentro en calidad de “observadores”.
Un memorando desclasificado del FBI, escrito por el agente del FBI en Buenos Aires, Robert Scherer, el 28 de septiembre de 1976, informaba que la Operación Cóndor “es el nombre en clave para recolección, intercambio y almacenamiento de información secreta relativa a los denominados ‘izquierdistas’, comunistas y marxistas, que se estableció recientemente entre los servicios de inteligencia en América del Sur, con el
fin de eliminar las actividades marxistas en la región. Además, la “Operación Cóndor” tiene previstas operaciones conjuntas contra objetivos terroristas en los países miembros”. Una tercera fase, aún más secreta, implicaba “la formación de grupos especiales de los países miembros, que deberán viajar por cualquier parte del mundo hacia países no miembros, para llevar a cabo castigos incluido el asesinato contra terroristas o simpatizantes de organizaciones terroristas de los países miembros del Operativo Cóndor”.
Los militares concertados justificaron su coordinación como una respuesta a la articulación que grupos revolucionarios de países del cono sur intentaban llevar a cabo, pero también se manifestaron decididos a actuar en contra de políticos demócratas que denunciaban las dictaduras latinoamericanas en la influyente opinión pública norteamericana y europea. En su mira se hallaban algunas entidades defensoras de los derechos humanos, que estaban brindando apoyo a las decenas de refugiados que, por ejemplo, llegaron a Argentina provenientes de Chile y otros países fronterizos, buscando mínima seguridad en el único país que entonces era gobernado bajo un régimen de cierta apariencia democrática.
Uno de estos organismos era ACNUR. Mientras no quebrantaran las leyes del país en donde habían buscado refugio, los exiliados eran protegidos por las leyes internacionales. Al menos en teoría. Pronto, esa protección se hizo relativa con la articulación operativa de los servicios de inteligencia del Cono Sur.
Fue precisamente en el marco de una acción de la Operación Cóndor que Juan y sus compañeros fueron aprendidos frente al número 1270 de calle Belgrano, en Mendoza, el 3 de abril de 1976. En su captura participaron agentes de la Policía Federal argentina y la DINA, en un despliegue que incluyó el copamiento de las calles adyacentes.
Después de su desaparición, la madre de Juan se enteró, a través de un primo, arzobispo católico de Santa Fe –monseñor Vicente Zaspe– que su hijo estaba en Chile, “en el campamento de Peñalolén (Villa Grimaldi), por lo menos hasta el momento de escribir estas líneas, es decir el 20 de julio (…) Lo tiene la Fiscalía del Ejército y lo entregaron las autoridades argentinas”.
Enterada de la noticia, la familia no dejó de hacer ninguna gestión: Recursos de amparo, denuncias por presunta desgracia, visitas a los centros de detención, declaraciones en los juzgados, también en la Policía de Investigaciones, todo sin respuesta.
Al momento de ser detenido por los agentes de la DINA y del Cóndor, Juan tenía 23 años.
Testimonio de Flor Hernández Zazpe en Villa Grimaldi, abril de 2005
Escribir sobre el Juan como hermana, después de tantos años de su ausencia, es hacerlo, sin duda, con un nudo en la garganta, con el corazón apretado y la voz quebrantada. Sin embargo, al escribir estas líneas, para contar cómo era nuestro Juan, lo hago con alegría y emoción al constatar que aunque pase el tiempo, aún persisten en nosotros los momentos imborrables de tantos recuerdos vivos que quiero compartir, para seguir manteniendo vivo su recuerdo y memoria.
Juan era parte de una familia muy numerosa, el segundo hijo de doce hermanos. Como el mayor de los hombres, asumió siempre su condición de tal, para defendernos, para aconsejarnos y también para increparnos frente a ciertas rebeldías propias de nuestra infancia y juventud.
Juan fue siempre un niño alegre, disfrutaba con las cosas sencillas. Siempre buscando diferentes formas de entretenerse, leía mucho, juntaba estampillas, coleccionaba revistas, reía de buenas ganas con el Condorito, su revista favorita, gozaba elevando los volantines que el mismo fabricaba, y que al pasar los años los hacía para mis hermanos más chicos, disfrutaba con el fútbol y era hincha de la Universidad de Chile. Recuerdo que en una ocasión jugaba el Colo Colo con un equipo extranjero, y no entendíamos por qué hinchaba por él. Su respuesta nos impresionó por su sabiduría: “Siempre tienen que estar con el equipo que representa a tu país, no importa cual sea”. Eso, de alguna manera, indicaba ya el temprano compromiso que ya tenía con la patria.
Como éramos varios hermanos y vivíamos en una casa grande, conformábamos equipos y compartimos innumerables juegos, por supuesto que el equipo de él siempre ganaba. Era rápido y listo. Ya más adolescente, le gustaba tocar la guitarra, recuerdo imborrable el tema “Morir un Poco”, le envidiábamos su capacidad de puntear las cuerdas. Lo que nunca comprendimos era su afición por los tangos, que en esa etapa para nosotros era una música como de gusto de viejos.
Como olvidar aquella etapa de plena adolescencia en que no faltaban las fiestas. Para acceder al siempre obligatorio permiso paternal, la frase infaltable era: “Sí, siempre que su hermano las acompañe”. A veces, Juan simulaba que iba con nosotras, nos iba a dejar para luego volverse a casa a dormir, aunque igual se levantaba a mitad de la noche para ir a buscarnos.
Complicidades como éstas eran también aquellas de la época en el liceo, cuando por problemas de conducta nos llamaban al apoderado. Para evitarnos las reprimendas de nuestros padres, le pedíamos apoyo y Juan se presentaba, con el rostro serio y la actitud circunspecta, a tomar conocimiento de nuestras faltas. Por supuesto que así nadie más se enteró de ellas.
Siempre admiramos esa capacidad para escucharnos, acogernos y aconsejarnos. Era nuestro amigo, el más reservado de nuestros confidentes y el más leal de nuestros cómplices. Para mucha gente del barrio, era también alma de las fiestas, ese que siempre anda rodeado de amigos, el más entretenido.
A fines de los años 60, comenzó su vida política, cuando decidió militar en la Juventud Socialista, en los días de la campaña de Salvador Allende. Comienza su etapa de joven comprometido con la dirigencia estudiantil y con los ideales de una nueva sociedad.
Había que empezar a trabajar ya, y su primera tarea fue salir a las calles para realizar propaganda. Recuerdo que a mi casa llegaba un montón de jóvenes alegres, los que esperaban la noche para salir a hacer rayados. En esas labores el Juan nos comprometía a todos, incluso a Pedro y Toño, los hermanos de sólo 14 y 13 años. Como los riesgos eran los mismos para todos, en más de una ocasión también fueron detenidos y hubo que ir a sacarlos de la comisaría.
En 1970 es ya un joven reconocido por su liderazgo, lo que incide en su elección como presidente de la FEITECH, la federación que agrupaba a los estudiantes de las escuelas industriales y técnicas de todo el país.
En esa condición asume la responsabilidad de organizar los trabajos voluntarios, con los que los jóvenes entregaban esfuerzo y trabajo concreto al desarrollo del país. El primer desafío lo lleva a cabo en la actual Décima Región, a cargo de más de 300 voluntarios. Entonces Juan tenía sólo 20 años y era increíble su capacidad de mando. Era admirado y respetado por sus pares, esto me consta ya que en esa ocasión viajamos con él, y hasta hoy muchos de los que participaron en esa jornada también recuerdan su liderazgo natural y la admiración que provocaba entre los estudiantes.
Nosotros sentíamos el orgullo de tener un hermano tan serio y responsable, con una capacidad clara de considerar cual debía ser el compromiso y el rol que debían tener los jóvenes en la sociedad que estábamos empeñados en construir.
Sin embargo, esta madurez y seriedad que demostraba no llegaban a inhibir otra faceta de su personalidad, una de mayor sensibilidad, por ejemplo cuando recogía y cuidaba animales abandonados: le gustaban mucho y quizás la única restricción que recuerdo de su parte, fue la de no usar las ondas mis hermanos chicos se habían fabricado.
Su compromiso militante era total, al punto que, como nació un día 19 de abril –fecha de la fundación del PS–, muchas veces nos dejó con la torta esperando en casa, porque primero había que celebrar el aniversario del partido.
Cuando partió a la Argentina en septiembre de 1975, para nosotros fue muy triste. Sabíamos que Juan corría peligro, pero nunca pensamos que iba a ser tan terrible esa partida. Nos escribía a todos uno por uno, el cartero llegaba con once cartas, una para cada uno de los hermanos, más la de mamá y la dirigida al papá, que aún conservamos como un tesoro muy preciado.
Como olvidar también el día que vuelve a Chile, víspera de las fiestas del fin del año 75, cargado de regalos para todos, juguetes para Paula, Rosa, Vicente y José, que eran los más chicos, entre 5 y 9 años, recuerdo imborrable para ellos, sobre todo en las tantas navidades en que no hemos podido estar junto a él.
Vuelve a Mendoza el 7 de enero de 1976, esperando regresar en marzo, en ese intertanto llega la DINA a nuestra casa, buscaban a Juan, porque sabían que trabajaba en contra del régimen desde Argentina.
La historia es conocida. La Operación Cóndor ya había empezado a actuar: Juan cayó detenido junto a Manuel y Luis el 3 de abril de ese fatídico año.
En su última carta, fechada dos semanas antes de su detención, me da respuesta a la que había enviado contándole que finalizaba mi etapa de estudiante de Pedagogía, carta que reflejaba también su compromiso y sensibilidad con los niños.
“Sé que empezarás luego a enseñar, que empezarás a tener tus alumnos y desde acá un fuerte deseo que te vaya muy bien en esta tarea, que será difícil al comienzo, pero creo que te agradará. Recuerda siempre que serás un poco responsable de la mentalidad de esos chicos a los que enseñarás. Enséñales no sólo conocimientos físicos y materiales, sino el amor por el compañero de banco, el amor no sólo por lo material sino el amor espiritual, para su prójimo, al desvalido, al necesitado, que no se críe en un ambiente egoísta sino que en un ambiente solidario, un ambiente donde conozca el porqué de las cosas. No ocultes los sufrimientos del mundo, sino prepáralos para ayudar a alivianar esos sufrimientos. No le ocultes la razón de su existencia ni su labor en el mundo. Así estarás no tan solo enseñando, sino que preparándolos para la vida”.