Luis Muñoz nació en Santiago el 11 de agosto de 1948, en la Casa de Socorros de Puente Alto. Junto a sus padres -Federico y María- y sus diez hermanos, vivió en las poblaciones Maipo, Papelera y Viñas Unidas, todas ellas ubicada en Puente Alto.
De joven, al tiempo que destacaba como jugador del Deportivo Mataquito, se vinculó al PS en la Seccional de Puente Alto, en la que destacó por su activa militancia en el movimiento de estudiantes secundarios de esa comuna, en el que, en 1968, fue electo como presidente del Centro de Alumnos de la Escuela Industrial Consolidada.
Luego del traslado de su familia a San Bernardo, tras matricularse en el Liceo Comercial de esa comuna, sus condiciones naturales de liderazgo muy pronto le permitieron ser elegido como presidente del Centro de Alumnos de ese establecimiento.
Fue en esta nueva comuna en la que Luis desarrollaría una intensa trayectoria militante: En 1970 fue electo Secretario Político de la Juventud Socialista en San Bernardo, y un año más tarde, candidato a regidor para las elecciones municipales de 1971. Extrovertido, deportista y participativo, su personalidad le granjeó una gran popularidad, que unida a su compromiso militante hicieron que, en 1972 y con apenas 22 años de edad, asumiera como Secretario Político del PS en esa seccional.
Luego de su egreso del instituto comercial, comenzó a trabajar como contador en el Instituto Nacional de Desarrollo Agropecuario (INDAP) y como profesor de filosofía en un liceo nocturno de San Bernardo. No eran sus únicas actividades: infatigable, se matriculó en la carrera de Historia en la UTE y colaboró activamente en el trabajo partidario del frente agrario y poblacional en San Bernardo, que por entonces contaba con importantes sectores rurales y asentamientos poblacionales de reciente constitución.
Apenas a un día del golpe, una patrulla militar lo detuvo junto a su hermano y a otros vecinos de la Población “El Olivo” de San Bernardo. Luego de cinco días de detención ilegal, fue dejado en libertad en el Puente Maipo de esa misma comuna,
Tempranamente se vinculó a la reconstrucción partidaria, y comenzó a ser buscado por agentes de la dictadura.
El 12 de octubre de 1975 fue arrestado junto a su hermano en su casa por personal del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea, permaneciendo detenido por una semana. Su hermana también fue detenida y llevada ante su presencia mientras era brutalmente interrogado sobre sus actividades y su militancia. Tras ser liberado, su hogar permaneció constantemente vigilado.
Consciente de ese acoso, optó por viajar hasta Argentina, una decisión que también compartieron sus amigos Juan Hernández y Manuel Tamayo. Con ellos compartía no sólo una amistad, sino una precaria situación de seguridad en Chile, que hizo aconsejable, en distintos momentos, el traslado de todos ellos al país trasandino.
El 22 de diciembre de 1975 viajó a la ciudad de Posadas, Provincia de Misiones, para visitar a su madre que se encontraba enferma en esa ciudad. Luego se trasladó a Mendoza, donde se radicó. Luis estaba vinculado a la Comisión para el Consenso, uno de los grupos en los que articuló la militancia del PS tras el golpe, y en Argentina, tenía la misión de canalizar recursos económicos para enviar a Chile y apoyar la actividad de esa estructura.
El acecho del cóndor
Sus planes se vieron interrumpidos, sin embargo, por la acción represiva que los servicios de inteligencia de Chile y Argentina habían empezado a coordinar a través de la Operación Cóndor: Hacia fines de 1975, Luis había sido incluido en el Listado de Personas Peligrosas confeccionado por la DINA, nómina que estaba en manos de todas las policías secretas y organismos represivos del Cono Sur.
El 3 de abril de 1976, Luis y sus dos amigos fueron detenidos en un operativo conjunto entre fuerzas de la Policía Federal Argentina y agentes de la DINA. Los secuestradores los llevaron hasta el Regimiento Maipo de Mendoza, y esa misma noche, fueron trasladados a Chile, en una camioneta que los llevó primero al campo de torturas de Cuatro Álamos, y a la mañana siguiente, al recinto conocido como Villa Grimaldi, en Peñalolén.
Detenido en Villa Grimaldi
Juan Feres Nazarala, un militante del MAPU, fue detenido el 15 de abril de 1976 por agentes de la DINA y llevado a Villa Grimaldi, donde permaneció vendado casi todo el tiempo. En ese recinto supo de otros detenidos, entre los cuales se hallaban tres militantes socialistas que habían sido secuestrados recientemente en Mendoza. Eran Luis Muñoz, Manuel Tamayo y Juan Hernández.
Feres pudo hablar con Luis, con quien estuvo en la misma celda, aunque no compartiendo el mismo espacio, puesto que había una separación con tabiques de madera entre ambos. Luis le confirmó que en la Villa Grimaldi también se encontraban Manuel y Juan. Le comentó que estaba en pésimas condiciones, que había sido torturado y que había sido secuestrado en Mendoza junto a sus dos compañeros y trasladados a Chile, maniatados y ocultos en la parte trasera de un camión. En esas breves conversaciones, contó que en los pasos fronterizos argentinos y chilenos, la policía hacía bromas respecto de la carga que traía en el vehículo. Se intercambiaron datos personales y referencias de sus respectivas familias, por si alguno de los dos recobraba su libertad. El mapucista logró salir en libertad, entregando los datos al abogado Jaime Castillo Velasco, quien a su vez los entregó a los familiares de Luis.
Según diversos testimonios, Luis habría sido llevado luego al cuartel de exterminio de calle Simón Bolívar, y de ahí a la Quinta Región, al sector de Los Molles, desde donde habría sido lanzado al mar.
Al momento de su detención, Luis tenía 26 años.
Audacia, rebeldía y amoríos: mi amigo Luis Muñoz Velásquez
¡Otra vez llegas todo transpirado!… Era una exclamación bastante cotidiana la de María, la madre de Luis, la misma que murió con la angustia de no saber el paradero de su hijo, uno de los que se adjudicó –sin quererlo– la denominación “detenido–desaparecido”.
Rememorar a Luis es recordar también que sus palpitaciones y su sudor tenían distintas motivaciones. Visualizar su figura es reencontrarse con un joven apasionado, deportista convencido de la importancia de ganar un partido de fútbol, de traspasar alguna de las ventanas de las piezas de sus pololas y otorgarle el adecuado calor a esas ansias de hacer de esta atmósfera un espacio en donde la felicidad fuese también universal.
En esta dimensión, e inserto en un mundo rugiente, efervescente y expectante no era raro encontrar a Luis organizando actividades para el desarrollo de las capacidades de los desposeídos.
Su inserción en las luchas sociales fue agudizando su grado de compromiso. En ello, involucró a su familia y a sus amigos. Su indignación ante la injusticia y la desigualdad comenzó desde el momento mismo en el que habitaba en el vientre de María, cuando insistentemente pateaba reclamando su derecho a nacer con prontitud. A regañadientes cooperaba con Federico, su padre, cuyo desempeño y abnegación por cuidar y mantener a esa gigantesca familia lo había hecho acreedor del título de guerrero incansable que, platacho en mano, le daba pelea a las siempre duras exigencias que la vida económica seguía imponiéndole, aún después de jubilado. En rigor, mi amigo sentía que su motivo principal de vida era la consecución del cambio social. Sin duda alguna que por ello el activismo social le hacía vibrar tanto como las caricias femeninas. En ambas situaciones, el sudor se tornaba grato y no impedía que la rebeldía fuese finalmente parte de esa cotidianeidad que a la postre se convertiría en la razón de ser de su existencia y en la que la audacia afloraría como consecuencia de esa ilimitada entrega.
Audacia, rebeldía y amoríos, son características básicas que acompañan la vida de mi compañero. Audacia por ejemplo para encabezar marchas reivindicatorias y enfrentar la brava furia policial. Rebeldía ante la desgarradora visión del niño descalzo, hambriento y sollozante y que consecuencialmente le lleva a postularse como regidor. Amoríos, pues por alguna razón que sus mujeres deberían explicar era de todas y de ninguna. Yo lo sé, fui cómplice en ello. Si, yo vigilaba “por si viene alguien”.
No podría escribir estas líneas si dejase de mencionar lo que ocurrió específicamente con Luis tras la brutal arremetida golpista y el serio intento por otorgar a la sociedad chilena un nuevo sello que jamás permitiese que la experiencia popular se volviese a repetir.
“¿Y donde andará el Lucho?”, comentaban en voz baja algunos amigos comunes.
Como era de esperar, comenzó su trabajo furtivo. La idea era reorganizar un diezmado Partido Socialista. Pero la represión arreciaba. Una represión que también se ensañó con los abnegados y nunca reconocidos, con los de poca fama, con los de caminar lento y cansado, como los González, los Hernández, los Valdés, los Muñoz, y como todos aquellos que constituyen parte de la base que no se amilanó.
De pronto, el living de la casa de Federico pronto sería “ocupado” por militares al mando de una boina negra. Sudábamos. Al día siguiente lo encontré en un partido de baby fútbol en algún sector cercano a la avenida Los Morros, allá en San Bernardo. Tal vez ya añoraba con fuerza la presencia de María que ya había traspasado el cordón montañoso de Los Andes.
Pero la figura de Luis representa también las suaves caricias de la brisa libertaria que recorría los rostros no de los soñadores, sino de los que en su arrojo son capaces de otorgarle un sentido vital –en tanto que pasión a su existencia, la que no descuida una buena cuota de sublimidad. Ese darlo todo por el prójimo, con perspectiva de justicia social aquí y ahora. Ese dar de sí que lo lleva a legitimar en todo esplendor el concepto consecuencia constituyen parte integrante y vital de la existencia de Lucho, pero no solamente por ello debe ser recordado.
Así era mi amigo. Así es mi compañero. Ha sido grato traerte al presente una vez más. Sin embargo, mi pluma y mi ser siguen preguntándose: ¿dónde debo llevarte los claveles rojos que algún día observamos? ¿Qué caminos debo recorrer? ¿Qué túnel o mina abandonada debo pesquisar? ¿Cuánto deberé sudar para llegar a ver, al menos, el juicio y el castigo?
“Duerme, duerme negrito”… suele escucharse por los cielos de San Bernardo y Puente Alto, canto que también surca Chile y otros países vecinos y que rebota en la búsqueda de la esperanza de un mundo en el que la nobleza humana supere al afán de lucro y la explotación no tenga cabida.
Testimonio de Héctor Fuentes Mancilla, profesor, militante socialista.