Mario Zamorano Cortés era oriundo de Coinco, pequeño pueblo de la Sexta Región, del que llegó a Santiago para trabajar como empleado en una importadora y estudiar por las noches en el Liceo Tomás Jefferson y en el Instituto de Educación para Adultos Federico Hanssen.
Integrado en Santiago a las filas de la JS, pronto comenzó a militar en el Núcleo José Martí, que se formó en la Población San Joaquín, en la antigua comuna de San Miguel.
Profundo admirador de la revolución cubana, a mediados de los años 60 –recién cumplidos los 25 años– había tomado contacto con compañeros cubanos ante los que asumió la responsabilidad de distribuir a todo el Cono Sur los periódicos y revistas cubanas que el bloqueo estadounidense impedía realizar desde la Isla. Periódicamente recibía sacos postales con ejemplares de los diarios “Granma” y “Juventud Rebelde”, así como las revistas “Verde Olivo”, “Pensamiento Crítico” y “Bohemia”, entre otras. De su propio bolsillo pagaba el despacho quincenal de esas publicaciones a los diversos países de América Latina. Para cumplir con esa titánica labor, Mario organizó un pequeño grupo de compañeros de la JS con los cuales arrendó un pequeño taller en el centro de Santiago, en donde se recibían los impresos desde Cuba y se hacían los paquetes para su despacho. Ni él ni sus colaboradores recibían un centavo por ese trabajo que empezaban al terminar las horas de estudio y que terminaban a altas horas de la noche.
En la dirección de la Juventud
Según sus cercanos, Mario era de una extraordinaria consecuencia y una inusual honestidad en su gestión. La contabilidad precisa y la transparencia de sus actos en la distribución de los medios informativos cubanos le valieron ser invitado en dos oportunidades por el propio Gobierno cubano a asistir a las actividades por el aniversario del asalto al Cuartel Moncada. Se trataba de una ocasión única para codearse con lo más representativo del progresismo mundial y conocer los avances del “primer territorio libre de América”. Sin embargo, rechazó siempre las invitaciones y devolvió sus pasajes, argumentando que ese dinero podría ser empleado para atender otras necesidades más apremiantes del pueblo cubano.
Después de la realización de la Vigésima Conferencia Nacional de la JS, fue incorporado al Comité Central de la organización, a cargo de la Secretaría de su Departamento de Finanzas, función que mantuvo hasta el momento del golpe. Precisamente en ese rol, Mario fue el creador –junto a Cesar Cerda y a la entusiasta colaboración de Carlos Lorca– de la camisa verde olivo que se erigió en el sello distintivo de la militancia socialista juvenil durante los años de la Unidad Popular.
De figura delgada, más parecida a la imagen de un sonriente vietnamita que a la de un joven típicamente chileno, escribía documentos y programaba campañas de finanzas para la Juventud Socialista. Según su amigo Luis Aravena, Mario era extremadamente severo consigo mismo, “lo que parecía un contrasentido con su generosidad característica y su sonrisa fácil y espontánea”. A pesar de su frágil apariencia, daría grandes muestras de valor y consecuencia revolucionaria.
Operación Asilo
Efectivamente, tras el golpe militar, varios de sus amigos de militancia en la Población San Joaquín comenzaron a ser buscados por las autoridades militares, luego de ser identificados como principales protagonistas del conato de resistencia al golpe que hubo el mismo día 11 en ese sector. La inminente represión a que se exponían llevó a que la organización los incluyera en un plan de salida del país, coordinado por Ariel Mancilla y por Mario Zamorano. El operativo contaría con la activa colaboración de un joven ciudadano vietnamita, Que Phung Tran, un doctor en Bioquímica y experto en Medicina Nuclear, que durante los días más álgidos de la Guerra de Vietnam había desplegado en Europa una activa campaña contra la invasión norteamericana a su país. Entusiasmado con el triunfo de Allende, llegó a trabajar a Chile, primero en el Hospital José Joaquín Aguirre y luego en el INDAP. Ahora, amparándose en un pasaporte especial de Naciones Unidas, prestaba un invaluable apoyo a los socialistas perseguidos por los militares, estableciendo contactos con embajadas y colaborando en sus asilos.
La organización también incorporó a Juan Jonás Díaz López, un estudiante de la JS, de 24 años, que era intensamente requerido en Osorno, su ciudad natal, por una supuesta infracción a la Ley de Control de Armas, y al propio Mario Zamorano, que en su condición de miembro del Comité Central debía ir a cargo del grupo.
La idea era garantizar la vida de un puñado de sus dirigentes de nivel intermedio y militantes de base, los cuales deberían prepararse en el exterior, para luego retornar al país a incorporarse a la lucha anti-dictatorial, reemplazando a los cuadros de dirección que con toda probabilidad serían capturados.
Mario había conocido a Que Phung Tran en julio de 1973 a través de su amigo Jorge Aravena. Luego del golpe, en conjunto con el vietnamita, Mario se dedicó a ayudar a los que requerían asilarse. Posponiendo su propia seguridad, rechazó una posibilidad concreta para refugiarse en Argentina, cuando –de acuerdo al relato de hermana Inés- a fines de septiembre de 1973, a su casa en el sector de Buzeta llegó un automóvil con un funcionario cercano al ex Presidente peronista Héctor J. Cámpora, que venía con la expresa misión de facilitar su asilo en la legación trasandina.
En carta escrita desde la clandestinidad –fechada el 10 de noviembre de 1973– Mario agradece a su madre por “todo lo que como hombre soy y seré”, al tiempo que grafica en plenitud la importancia de su familia y su alto sentido del deber y de la responsabilidad:
Entró a una semana que es definitoria respecto a qué haré, si viajo o no. Me inclino a que se impondrá la primera, y en esa posibilidad es que estoy escribiéndole. Quiero ante todo manifestar que es un paso difícil de dar: pensar que dejo acá lo único que tengo y quiero, usted, tías, hermanos, sobrinos, sobrinas y cuñados. Difícil porque uno no sabe cuánto durará la situación, cuando terminará la pesadilla. Mamá, no sé qué actividades tendré, en todo caso, debo cumplir con mi deber. Será duro y ya lo es al dejarles, más será un incentivo que me obligará a superarme para así poder volver lo antes posible.
La fallida operación de ingreso a un recinto dependiente de la Embajada de Finlandia, sin embargo, abortó el objetivo de Mario y de sus compañeros. La dictadura militar cobró cinco nuevas y jóvenes víctimas: Juan Carlos Merino, Juan Domingo Arias, Juan Jonás Díaz, Que Phung Tran y el propio Mario Zamorano, quienes fueron asesinados el 27 de noviembre de 1973.
Esa madrugada, los vecinos del El Arrayán, en los faldeos pre-cordilleranos de Las Condes, escucharon el sonido del motor de un vehículo pesado subiendo por el camino El Cajón, polvorienta vía que conectaba a esa localidad con el resto de la comuna. Minutos más tarde, hacia las cuatro de la mañana, volvieron a despertarse sobresaltados, esta vez por el ruido sordo y característico de múltiples disparos. Con las primeras luces de la mañana, los cuerpos sin vida de cinco hombres jóvenes fueron encontrados por un vecino frente a la Parcela 38 del sector.
Al momento de su asesinato, Mario Zamorano tenía 33 años.