Sara de Lourdes Donoso Palacios era la mayor de tres hermanos, nació el 11 de febrero de 1959 en Antofagasta y parte de su niñez la pasó en María Elena. Desde pequeña se sintió atraída por el arte y la pintura. Luego de cursar sus estudios secundarios en el Liceo de Niñas N° 5, ingresó a la carrera de Diseño en la Universidad Técnica del Estado (UTE), de la que desertó luego de un año de estudios. Su decisión, de acuerdo a lo que entonces le comentó a su madre, se debió “a la excesiva actividad política que se hacía en la UTE”, una situación que no le dejaba de incomodar, pese a que siempre había manifestado sensibilidad y preocupación por los temas sociales.
Por ello, en 1970, tras un breve período como empleada en el Banco Español de Santiago, decidió prepararse para rendir por segunda vez la Prueba de Aptitud Académica. Con los óptimos resultados que obtuvo, decidió matricularse en la Escuela de Enfermería de la Universidad de Chile.
En las aulas del viejo edificio de la escuela, en calle Zañartu, fue descubriendo que no pocas de sus compañeras tenían inquietudes parecidas a la suya: vocación por los cambios sociales y, ahora sí –en su caso-, muchas ganas de participar, de ser protagonistas activos de su tiempo. En los patios de la escuela conoció a Rosa Solís Poveda, una compañera de carrera, tímida y de origen muy modesto, con la que llegó a establecer una entrañable relación. Rosa era de izquierda y, de a poco, fue integrando a Sara en las actividades de los alumnos pro Unidad Popular.
Una de las alumnas de la Escuela de Enfermería de esa promoción, Pilar Planet, hasta hoy rememora con cariño a Sara, a quien recuerda como “sensible y solidaria, de mucho hablar, con su sonrisa espontánea y alegre, detrás de su pelo negro y su chasquilla hasta los ojos”.
Sumarios en la universidad
Después del golpe de Estado, en el marco de una Universidad de Chile intervenida por las nuevas autoridades militares, hubo un verdadero desfile de alumnas y alumnos llamados a declarar, y una larga lista de resultados después de la “declaración”.
Sara fue sumariada bajo el inverosímil cargo de haber sustraído unos uniformes y delantales de su escuela, aunque era evidente que eso no era sino parte de la burda excusa para el hostigamiento que se hizo frecuente contra los alumnos, docentes y funcionarios sospechosos de simpatizar con la izquierda. La sancionaron con un año de suspensión de la carrera.
A Rosa, en tanto, las nuevas autoridades de la universidad le cancelaron su matrícula.
Sara logró retomar sus estudios recién en marzo de 1975, mientras que Rosa, imposibilitada de volver a clases, se las ingeniaba como ayudante de enfermería de forma independiente.
Poco después, ambas comenzaron a laborar en el Consultorio del Servicio Nacional de Salud de Avenida Independencia Nº 134. Sara estaba contenta, porque su trabajo en ese consultorio había sido reconocido como práctica de internado por su escuela, uno de los requisitos para su titulación. Aunque Rosa aún no podía retomar sus estudios, compartía la alegría y la ilusión que embargaban a su amiga.
En la clandestinidad
Desde fines del año anterior, Sara y Rosa se habían incorporado a colaborar con el PS en la clandestinidad, efectuando funciones en un grupo de apoyo de Carlos Lorca, el ex dirigente de la FECH y ex diputado que formó parte de la Dirección Interior Clandestina de ese partido tras el golpe militar. En esas tareas, operaban bajo la orientación de Carolina Wiff Sepúlveda («Marcela»), realizando funciones de enlace tanto entre la Comisión Política del PS como entre ésta y otros partidos.
A esas alturas, ambas habían decidido abandonar sus hogares, para no comprometer a sus familias. Aura Póveda, madre de Rosa, indicó que Sara y su hija compartían un pequeño departamento en el centro de Santiago en el Portal Fernández Concha, frente a la Plaza de Armas de Santiago. Posteriormente, recuerda, “ambas fueron trasladadas a una casa ubicada por Santos Dumont, y luego, casi coincidiendo con la última vez que supe de ella, a una vivienda en el sector de Peñalolén”.
Marisol Bravo, que también colaboraba con otro de los equipos de apoyo a los clandestinos del PS, conoció a ambas jóvenes hacia fines de enero de 1974: “Ellas eran “Cecilia” y “Carmen”, las dos bajitas y muy amigas. “Cecilia” era de ojos picarescos, carita redonda, simpática, de conversación fácil y risa a flor de labios. “Carmen”, más menuda aún, tenía el rostro serio, los ojitos algo achinados y el pelo liso. Era tímida, pero muy cálida”.
Con la primera que se relacionó fue con “Cecilia”. Marisol recuerda que “algo conversábamos mientras hacíamos los contactos y así me fui enterando que su familia era de derecha, que tenía un hermano al que amaba mucho, que vivía clandestina pero se comunicaba periódicamente con su familia para informarles que estaba bien. Luego me presentó a «Carmen». Calculé que vivían juntas, pero ellas no lo confirmaron. Intuí un gran afecto entre ambas y pensé que podrían ser compañeras de universidad. No se los pregunté directamente. En ese tiempo era necesario saber lo menos posible”, rememora.
Edith Donoso, otra colaboradora de la Dirección Interior del PS, recuerda que a la casa de seguridad de la calle Chile-España -entre Núñez de Arce y Alonso de Ercilla-, en la que estuvieron ocultos un tiempo Lorca y otros altos dirigentes socialistas en la clandestinidad (Exequiel Ponce, Jaime López y Luis Urtubia) “solían llegar dos chicas de enfermería, una de chasquilla y otra de ojitos achinados, que cumplían labores como enlaces y correos de la organización”.
En efecto ambas amigas eran las enlaces de uno de los circuitos de comunicación entre las direcciones clandestinas del PS y del PC, que se había establecido a través de Carlos Lorca y José Weibel (subsecretario general de las JJCC, miembro de la cúpula del PC y desaparecido desde el 29 de marzo de 1976.)
De ese importante y hasta ahora desconocido rol de Sara Donoso y Rosa Solís da cuenta Shaira Sepúlveda, que precisamente era la contraparte comunista de ambas amigas, y que se relacionaba directamente con Weibel:
“En el año 1975 efectué labores de enlace entre mi partido, el PC, con el dirigente socialista Carlos Lorca. Para estos fines, tenía contactos con una joven militante del PS, de unos 22 años de edad, de baja estatura y de contextura delgada, que en alguna ocasión, recuerdo, me comentó que estudiaba enfermería”.
Nuestra labor consistía en fijar puntos para el intercambio de documentación e informaciones de interés de nuestros respectivos dirigentes”, agrega.
A mediados de junio, calculo, ella me dijo que el PS había decidido reemplazarla por otra compañera, que seguiría haciendo sus mismas funciones. Me la presentó, era una chica de unos 20 a 23 años, bajita también, de cabello liso, ojos achinados y también relacionada con el tema de la enfermería”.
La caída
La casa de Santos Dumont a la que aludía la madre de Rosa era en realidad una residencia ubicada en la calle Juárez, casi en la esquina con Avenida La Paz, que el profesor Alberto Galleguillos, otro colaborador de la dirección del PS, había arrendado por petición de ésta. Según el testimonio de Galleguillos, esa vivienda era una suerte de “segunda casa de seguridad, a la que se trasladaban dirigentes y militantes importantes cuando caía algún compañero”.
Galleguillos recuerda que a fines de junio de 1975, tras la caída de Ponce, Lorca y Lagos, se decidió una pronta evacuación de los compañeros que en ese instante se ocultaban en la casa de Juárez: “Me correspondió encargarme del traslado urgente de dos muchachas jóvenes, Rosa y Sara, a quienes, con mi hermano, llevamos en su auto a una casa de un ayudista que él tenía en Peñalolén. Las dos, enteradas de la caída de la Dirección Interior, estaban desechas, en muy mal estado anímico, y en una paupérrima situación económica”.
Marisol Bravo, por esos mismos días, tuvo un último contacto con Sara Donoso. “Estaba preocupada, porque ya se sabía que había caído la Dirección Clandestina. Según ella, habían visto a Ricardo Lagos en la Clínica Presbiteriana Madre e Hijo -uno de los centros médicos en los que Michelle Peña controlaba su embarazo- y él habría dado a entender que lo habían agarrado. De Michelle ella no sabía nada. Fijamos un nuevo punto y me dio el teléfono de su familia para que yo avisara si es que no llegaba. Llegó el día del contacto y el subsiguiente, y “Cecilia” no apareció”.
Alberto Galleguillos, en el intertanto, regresó a ver a las dos chicas a la vivienda de Peñalolén, “pero inexplicablemente, ellas no se encontraban en la casa. Una vecina me comentó que la noche anterior, una de ellas había salido acompañada por dos hombres, sin regresar”.
Shaira Sepúlveda, por su parte, se enteró en julio del 75 de la caída de Carlos Lorca, a través de José Weibel: “Por esos días me contactó la joven que ahora oficiaba de enlace mío con el PS, y acordamos juntarnos al día siguiente. Nosotros supusimos que tendría problemas de infra y de dinero, al haber quedado desconectada de su partido, por lo que el PC decidió que yo fuera a la cita y le proporcionara algo de dinero. Nos juntamos, intercambiamos alguna información, y le sugerí que viajara por algún tiempo a provincia, para sumergirse.
Después de esa cita en que noté su nerviosismo y su falta de apoyo de su estructura partidaria, concurrí a un nuevo punto que acordamos con ella, que fijamos para el día 21 de julio, a las 18:00 horas, en Sucre con Salvador. Cuando llegué al lugar, ella caminó hacia mí y noté que quiso advertirme que estaba en una situación anómala. Efectivamente, en cuestión de segundos aparecieron cinco o seis hombres que me redujeron. Al lugar llegaron dos vehículos, una citroneta color blanco y una camioneta tipo Chevrolet con una lona verde en su parte posterior.
A mí me subieron rápidamente a la citroneta y me vendaron los ojos con cinta adhesiva. Después de una cuantas vueltas, se detuvieron y me cambiaron a la parte posterior de la camioneta Chevrolet, en donde se encontraban las dos chicas enlaces del PS que funcionaban conmigo. En ese momento, la chica de los ojitos achinados me pidió disculpas por lo ocurrido, estaba aterrada. Me dijo que había sido detenida días antes, y que su nombre era Rosa. Se notaba que ella y la otra chica, la que se relacionaba conmigo al principio, habían sido muy torturadas. Ella también me dijo su nombre verdadero: Sara.
Al cabo de unos minutos, llegamos a una casa que supuse (y luego confirmé) era un inmueble ubicado en José Domingo Cañas. Al llegar, nos bajaron y nos sacaron las vendas. Después de unas horas, les perdí el rastro”.
Efectivamente, Sara y Rosa fueron trasladadas desde el cuarte Ollague –nombre que la DINA daba al recinto de José Domingo Cañas- hasta Villa Grimaldi –el cuartel Terranova- en donde funcionaba la Brigada de Inteligencia Metropolitana de la DINA y en donde se hallaban detenidos los miembros de la Dirección Clandestina del PS.
Los hechos
Sara fue secuestrada a las 8:30 horas del 15 de julio de 1975, a la entrada del consultorio en el que se desempeñaba, desde donde se perdió su rastro. Según algunos testigos –que en su momento no declararon por temor- se sabe que caminó con sus aprehensores por Independencia hacia el norte, en donde fue subida a una camioneta.
El padre de Sara, Juan Donoso Oliva, se enteró de su captura a través de una llamada telefónica recibida el miércoles 16 de julio de 1975, a través de la cual la enfermera jefe del consultorio preguntaba por ella, señalando que no se había presentado a trabajar. Posteriormente, el padre confirmaría la detención de su hija por medio de informaciones que le entregaron compañeros de trabajo de la joven, que le comentaron que “Sara fue tomada por unas personas de civil que la subieron a viva fuerza a una camioneta de la que se ignoran mayores antecedentes”.
A mediados de julio de 1975, Alberto Galleguillos fue detenido junto a su pareja, Silvia Ugalde. Después de varios días de apremios en Villa Grimaldi, la mujer reconoció, en un rincón de la guardia del recinto, a las jóvenes militantes Sara Donoso y Rosa Solís. “Estaban sentadas, muy golpeadas, y parecían protegerse acurrucándose una a la otra. Se veían dopadas, y estaban cubiertas por una frazada”.
Minutos después, Silvia fue testigo de un comentario del agente Basclay Zapata, conocido como “El Troglo” por su brutalidad: Según Ugalde, Zapata estaba muy excitado, y hacía bromas respecto al aniversario de la Revolución Cubana. En un minuto, el «Troglo» miró despectivamente a las dos muchachas y gritó: “¡ya, estas dos, a celebrar el 26 de julio a Colonia Dignidad!”.
Fue la última vez que las vió.