El joven y experto barretinero
Vicente nació en la ciudad de Concepción, el 7 de septiembre de 1957. Formaba parte de una familia compuesta por sus padres y dos hermanas, de las cuales se destacaba por sus múltiples actividades deportivas: era un muy diestro jugador de básquetbol y hockey sobre patines. De carácter inquieto, estudiante riguroso y amante de la lectura, Vicente García Ramírez combinaba sus aficiones con sus deberes como alumno de la Escuela Claudio Matte Pérez de Talcahuano y de la Escuela Industrial de aquella ciudad, donde cursaría su enseñanza media, entre 1969 y 1973.
En 1970, a la edad de 13 años, Vicente se incorporó a la Juventud Socialista de Talcahuano. Su corta edad no fue percibida por sus nuevos compañeros de ruta, ya que era extremadamente maduro. De carácter solidario y lleno de curiosidad, parecía estar siempre a la búsqueda de respuestas a las grandes interrogantes de la vida social y personal.
Luego del golpe, a la edad de 16 años, Vicente decidió abandonar sus estudios y ponerse a disposición del PS, para trabajar en su reorganización. En 1975, se trasladó a vivir a Santiago, sumergiéndose en l trabajo político clandestino.
Jaime Troncoso Valdés fue uno de los miembros de la generación que asumió el recambio en la conducción del menguado PS y asumió como responsable de la Secretaría Internacional, tras la caída de Ponce y sus colaboradores. Trabajó con Vicente en forma muy estrecha, desde enero de 1977. Fueron presentados por Eduardo Gutiérrez, quien al igual que Troncoso había pasado desde un cargo público en la FECH al trabajo político en las sombras.
Troncoso recuerda a Vicente García como un “militante de solo dieciocho años, ingenioso y locuaz, comprometido hasta los tuétanos con la causa socialista y de la izquierda, un compañero imprescindible en la logística de mi área. Era lo que llamábamos un barretinero”. En efecto, bajo su responsabilidad funcionaba un pequeño laboratorio fotográfico, en donde se reducían documentos a microfilms, técnica que permitía su traslado sin mayores problemas, minimizando las probabilidades de que fueran detectados, lo que era especialmente necesario para mantener las comunicaciones hacia y desde el exterior.
Precisamente, una semana antes de su detención, Ironside –como era conocido Troncoso– le entregó una revista en cuyo interior había dos documentos de la dirección clandestina del PS, que debían ser enviados microfilmados al exterior. El 28 de abril de 1977, Vicente le relató que la mencionada revista se le había extraviado o había sido sustraída por alguien, lo que los dejó muy preocupados. Quedaron de verse el 2 de mayo al mediodía, en la esquina de Diez de Julio con Arturo Prat, para intentar aclarar qué había pasado con esos documentos.
Haciendo un alto en medio de esa tensión, el 29 de abril Vicente y Karin Reimer Carrasco, su compañera, contrajeron matrimonio bajo las más estrictas medidas de seguridad, en un domicilio de la Población Rucahue de San Fernando. En la breve ceremonia civil, Vicente firmó bajo el falso nombre de Jorge Luis Aldana Contreras. Un día después, Vicente y su mujer fueron detenidos en ese lugar por la DINA cerca de las 08:30 horas. Luego del arresto, ambos fueron trasladados con la vista vendada a Santiago, en dirección al recinto que la DINA tenía en la calle Borgoño.
A las 01:10 horas de la madrugada de ese mismo 30 de abril fue allanada la casa de su cónyuge en Santiago. Detuvieron a su suegra, Viola Carrasco Rodríguez y su cuñada Kathia Reimer Carrasco, quienes fueron trasladadas al mismo recinto de reclusión. A las nueve de la noche fue allanado el domicilio de Vicente, donde vivía con su madre y su hermana, por cuatro civiles que portaban su cédula de identidad.
Sin saber de su captura, Troncoso asistió el 2 de mayo al punto previsto, en el que le entregaría otra importante documentación que se debía enviar al extranjero, oculta “como sólo él sabía hacerlo, en el interior de un envase de pasta dentífrica o en cualquier otro escondite aún más inverosímil”, según recuerda. Ese día, sin embargo, Ironside no divisó a Vicente en la esquina acordada. Sin bajarse del taxi en el que llegó, chequeó de nuevo el lugar. Vicente quizás se había atrasado algunos minutos, pensó, y tras pagar el traslado bajó del vehículo. Un segundo después fue reducido violentamente por dos agentes de la DINA, que le tomaron de los brazos. Se cayó al suelo, tiró sus muletas y gritó su nombre, pero todo fue inútil.
Durante su cautiverio, sus torturadores lo interrogaron, insistentemente, por Vicente García y por los documentos que éste había perdido. Incluso, se daban tiempo para leerle párrafos completos de los mismos. Ironside ignoraba que Vicente se encontraba en el mismo recinto, sometido a feroces torturas. Karin Reimer, que era mantenida vendada en otro de los cuartos de Borgoño, fue confrontada con su cónyuge en un interrogatorio: mientras lo golpeaban, lo obligaban a decir que su nombre era Vicente García Ramírez.
En otra oportunidad, escuchó que abrían la puerta de una celda y que le ofrecían a Vicente algo de comer, a condición de que “hablara”: “Como señaló que nada sabía, le cerraron la puerta, advirtiéndole que comería sólo cuando se decidiera a hablar”, cuenta. Fue dejada en libertad el día 3 de mayo, bajo amenaza de no contar lo ocurrido.
Karin, en múltiples testimonios judiciales relató las circunstancias del secuestro, expresando que el día señalado llegaron al domicilio donde pernoctaban cuatro sujetos de civil que manifestaron ser de Investigaciones y que tenían órdenes de detener a su esposo y a ella. A Vicente le vendaron los ojos con tela adhesiva y le pusieron unos anteojos oscuros, y los trasladaron a un automóvil color celeste marca Chevy en impecable estado y partieron hacia Santiago. Pasado el primer peaje, a ella también le vendaron la vista y siguieron hasta un recinto en el cual fueron conducidos por un patio a unos cuartos, dejándola a ella en uno y a su cónyuge en otro. Luego, sintió que su esposo era interrogado y torturado en forma violenta; después la interrogaron a ella en la misma forma. Ese mismo día 30 en la tarde, se percató que allí estaban detenidas su madre y su hermana. La pieza en donde se encontraba detenida, era de dos por tres metros, en la cual había un estante blanco con puertas de vidrio lleno de medicamentos de todo tipo, también una máquina de escribir idéntica a la que había en su casa y que se llevaron los que detuvieron a su madre; el borde de los platos y tazas de té en que les daban de comer tenía la leyenda “Ejército de Chile”.
Kathia Reimer Carrasco expuso en su testimonio que en el recinto en donde fue recluida junto con su madre, en diversas ocasiones escuchó hablar y gritar a su cuñado. En la noche del 30 de abril, en la celda contigua a la suya, sintió sus quejidos y dificultosa respiración. Lo reconoció por su voz y le dijo quién era. Se alarmó al saber que también habían sido detenidas. Le manifestó que creía no los volvería a ver. También fue dejada en libertad el 3 de mayo.
Por su parte, Viola Carrasco declaró que el 30 de abril de 1977, alrededor de las 03:30 horas, en circunstancias que se encontraba en su domicilio, al igual que su hija y dos personas más, que eran pensionistas en su casa –uno de ellos, Luis Segundo León Guevara, a esa época Cabo 2º de Ejército– fue detenida por unas ocho a diez personas que dijeron ser de Investigaciones y que preguntaron por la composición del grupo familiar. Luego de un allanamiento, le vendaron la vista al igual que a su hija Kathia y las subieron a uno de los vehículos en que se movilizaban los agentes; eran cuatro de los cuales tres aparentaban ser de la policía por la luz arriba y otro tipo furgón Volkswagen. En este último fueron trasladadas al lugar de detención, desde donde fue dejada en libertad el 6 de mayo. Allí se la mantuvo separada de su hija, y fue interrogada y maltratada. Después de las 10:30 horas del día 30, sintió que habían llegado a ese lugar su hija Karin con su yerno y a ellos los interrogaron de igual forma, percatándose que a su yerno era al que más duro trataban. En los interrogatorios, ponían las radios receptores a todo volumen.
Jaime Troncoso, en testimonio prestado el 30 de enero de 1991, expuso que el 2 de mayo de 1977, cuando debía encontrarse con Vicente García, fue secuestrado por cinco civiles, los cuales lo subieron a un vehículo celeste plateado, donde fue encapuchado. Luego de unos 20 minutos de viaje, se paró en un lugar donde se abrió un portón, ingresando por un camino de huevillo. Ahí fue bajado hasta un subterráneo en donde permaneció vendado 21 días, siendo objeto de todo tipo de apremios físicos y sicológicos y sistemáticamente interrogado acerca de sus actividades políticas y las de Vicente García.
El 5 de mayo de 1977, Rita Ramírez presentó un recurso de amparo en favor de su hijo ante la Corte de Apelaciones de Santiago, Rol Nº 205–77. Luego, el 16 de mayo, Karin Reimer presentó otro recurso de amparo en favor de Vicente y otro, preventivo, en favor propio y de su madre y hermana. Este último, signado con el Rol Nº 241–77, fue acumulado al primer amparo por conocer de los mismos hechos. En la tramitación del recurso, se recibieron respuestas negativas del Ministerio del Interior, el Director General de Investigaciones, y el 2º Juzgado Militar. El tribunal se declaró incompetente y remitió los antecedentes a la Corte de Apelaciones de Rancagua, la que –luego de recibir informes negativos de las autoridades y servicios policiales de la zona– no aceptó competencia y devolvió los autos a Santiago. El 16 de agosto, la Corte capitalina aceptó su competencia y a la vez que dictó sentencia rechazando el amparo. Remitió los antecedentes al 2º Juzgado del Crimen de La Granja.
El 6 de septiembre de 1977, el Juzgado acumuló los antecedentes remitidos por la Corte a la causa Nº 21.485 iniciada el 24 de mayo de 1977 por denuncia de secuestro y delitos como arresto ilegal, violación de domicilio, lesiones, hurto y otros. El 17 de mayo de 1977, el juez Javier Torres Vera, en virtud del Decreto Ley de Amnistía, sobreseyó total y definitivamente la causa. Esta resolución fue revocada por la Corte de Apelaciones de Santiago, que ordenó reponer la causa a estado de sumario.
El 25 de septiembre de 1978, se acogió una petición de la denunciante, en el sentido de citar a comparecer en autos al testigo Luis León Guevara, Cabo 2º del Ejército, a fin que se le interrogara sobre si era efectivo que Vicente García era propietario de un Austin–Mini modelo 1964, color verde oscuro, dos puertas, en el que se movilizaba frecuentemente (el coche fue requisado por la DINA); y que indique el nombre y domicilio de la familia que ambos visitaron el 27 de abril de 1977: ese día León había invitado a Vicente y su novia a una fiesta en la casa de Carlos Gabler, también efectivo del Ejército. Al día siguiente García percató de la ausencia de los documentos del PS.
Tras diez meses, el 20 de julio de 1979, compareció León Guevara. Expresó que efectivamente el afectado tenía el vehículo señalado; pero que no recordaba la familia que visitaron el 27 de abril y que nada podía decir sobre los documentos.
Luego de recibirse informes negativos de la CNI, el 29 de noviembre de 1979 se sobreseyó temporalmente la causa por “no encontrarse acreditado en autos la existencia de algún delito” en el desaparecimiento de Vicente García. Con fecha 4 de junio de 1980, la Corte de Apelaciones revocó el auto de sobreseimiento, volviendo la causa a estado de sumario. Unos días después, la familia informó al tribunal que un automóvil de iguales características al perteneciente al joven se había observado estacionado en calle Borgoño casi esquina con Independencia, frente a uno de los recintos de la CNI, con patente “AS 599, Conchalí de 1979”. Nunca fue posible establecer el real dominio de dicho vehículo.
El 28 de agosto de 1980, a la causa se agregó una querella criminal por el delito de secuestro, tras lo cual compareció nuevamente Luis Segundo León Guevara, quien esta vez reconoció que, efectivamente, invitó a Vicente García a la casa de un amigo llamado Carlos Gabler, domiciliado en calle Santa Julia con Américo Vespucio, compañero suyo en el Ejército.
En mayo de 1981 nuevamente la causa fue sobreseída, esta vez también la Corte repuso el proceso a estado de sumario, para que se efectuaran diligencias para establecer las transferencias del vehículo. Tampoco hubo resultado alguno. Así, en mayo de 1982, se sobreseyó temporalmente la causa por “no encontrarse justificado en autos la existencia del delito investigado”. Esta vez, la resolución fue aprobada por la Corte de Apelaciones de Santiago.
Al momento de su detención, Vicente tenía 19 años de edad.
Mi hermano Vicente
Mi hermano era dos años menor que yo. Me acuerdo de él cuando ambos éramos niños y vivíamos en Talcahuano. Como en esa ciudad llueve mucho, teníamos que esquivar las pozas de agua que se formaban en el invierno. Nuestro juego consistía en eso cuando regresamos del colegio, aunque a veces aterrizábamos mal y nos resbalamos en el barro que se formaba en la orilla de esos charcos. Al derrumbarnos –en vez de llorar– nos venía un ataque de risa. De eso se trataba: de arriesgarnos a saltar, sabiendo que podíamos caer. Gozamos con el peligro y también con el desastre que provocamos en nuestra ropa. Los pantalones embarrados eran la prueba para un reto seguro, porque a nuestra madre le costaba mucho secarnos la ropa. Y los zapatos.
En casa, se encendía una estufa y a su alrededor apoyamos los bototos desabrochados para que les entrara mejor el calor y así vencer esa humedad que despegaba las suelas. Los calcetines que nos sacábamos estilando, pendían a gotas sobre la estufa, colgados con perritos de madera. La plata para la micro nunca la usamos para eso, preferíamos gastarla en el quiosco de la escuela, donde vendían unos masticables verdes y rosados que se nos quedaban pegados a las muelas. Eran un poco ácidos y mi hermano se hizo adicto a ellos: sin problemas era capaz de comerse diez al hilo. También le encantaban los dulces de sustancias que eran unos barquillos con una esponjita dulce, de color rosa y blanco, a los que llamábamos “helados de invierno”. Siempre andábamos con las lenguas rojas por los muchos confites que solíamos comer, con la plata que nuestros padres nos daban para transportarnos.
Pese a los dulces, era muy flaca por entonces y detestaba a mi hermano y a sus amigos cuando me cantaban una canción con una letra que decía algo así como “ética, pilética, esquelética, huesuda, peluda, pelinpempuda”. Lo odiaba.
Después lo amé. Vicente era muy hermoso, varias niñas lo seguían. Era alto y crespo.
Cuando estábamos un poco más grandes, ambos ingresamos a la Juventud Socialista. Aunque habíamos crecido, igual éramos niños creyéndonos el cuento del hombre nuevo. Era divertido ir a la sede del Partido, allí nos relacionábamos con chiquillos y chiquillas de nuestra edad y también con personas mayores que sabían del mundo o eran capaces de inventarlo idealmente. De alguna manera, lo del partido era para nosotros como otro juego: era “jugar a la política”.
A las reuniones, el Vicente llevaba bandejas de sémola con leche o fuentes inmensas de flanes con caramelo que repartía entre los compañeros. Entre postre y postre, cada uno encontró pololo o polola. Hacíamos nuestra vida entre los discursos y la ideología. Por entonces, la militancia era otra expresión más de la plenitud de la vida.
Pero las cosas poco a poco se pusieron feas, y color sangre después del golpe. Yo decidí huir a México. El Vicente, por el contrario, se quedó en Chile. Dijo que éste era su lugar, su país, y que debía seguir “al lado del pueblo”. La última imagen que tengo de él es su mano alzada desde la terraza que daba a la loza del aeropuerto. No pude ni darle un beso. No pude ni acercarme porque militaba clandestinamente y debía andar siempre en las sombras. Sólo vi su mano despedirse de mí, a lo lejos. En México recibí cartas suyas, pero su rostro nunca más lo vi.
Testimonio de Mireya García, Vicepresidenta de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos